Imagen cogida de la red
ECO DE LA NIEBLA
En
el fondo de la niebla, el puño de ecos de los ferrocarriles del presente.
Debajo
de mis ojeras, el tiempo insomne de las aguas, los séptimos días
de
los naufragios, los toboganes largos de las pestañas sobre la hoja descuajada
del
cuaderno: hay imágenes superpuestas,
que
el puño del aliento no deshace, ni la desnudez en baúles de guitarras.
Desde
el tabanco uno sueña con asesinar el horizonte.
Sordomudo
el confín de las sienes, embalsamado el espejo, insolubles
las
estaciones curvas de las axilas, la desnudez gótica de las nubes, el confín
de
pitas del arcoíris, siempre en una avalancha de crepúsculos.
A
veces es cuestión de tiempo para que llegue la lluvia hasta los neumáticos.
(Me río sobre el colchón
descolorido de la hojarasca; rompo el humillo
de vómito de las mañanas,
la filatelia incendiada de santos, o los dedos
del paraguas tocando el
balcón del suspiro.
Uno también se ríe al
cruzar la ciudad sin que nada pase, porque ya hay cierta
costumbre a lo nefasto, a
las esquinas con epitafios.)
Dejo
los ojos quemados por la niebla. Dentro de un rato, más tarde, o mañana,
los
objetos sin palabras colgando de la alambrada, en un tintero vencido.
Nunca
sabremos cómo subir esta escalinata sin que la muerte no abra sus uñas,
sin
que los tropezones nos dejen ilesos.
Llegado
a la fragilidad de la sombra, la tierra es otra sombra de monólogos
según
la sordera de cada quien. Debería estar vivo.
Barataria,
02.VII.2015
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