Imagen cogida de la red
ESTACIÓN DE VENTANAS
Hay una sensación extraña en las
calles: de pronto las ventanas son estaciones
sin nombres y sin aromas. Estaciones
de ardiente desnudez y rostros
como escondrijos para la muerte. Y
perennes osamentas en los semáforos.
Y días como rebelión de
callejones y cementerios como olvidados prostíbulos,
junto a los sonidos sordos del
despojo:
yo me quedo sobre esta avidez del
asfalto, mudo de mordidas y despierto
de dolor; es increíble toda la
maquinaria de la agonía.
Es increíble la destrucción y la
demora para recomponer tantos sueños.
Uno sabe de la piedra rotunda de
la tarde. (Allá, vos, tan cierta como mi
olvido;
siempre fugaz la habitación del éter, el fósforo ahondado de la
noche.
En medio de tanta multitud, me golpea la comunión con el tejado,
el agujero
que hace tu sexo en mi alma, la ficción postrera de las mortajas,
o ese viejo
caballo del aliento, sobre el nido de mis desvelos.)
Encima del telar de las baldosas,
cuelgan las fotografías de las sombras.
Uno se ríe, después de escupir
sobre el pájaro sinóptico de la usura cuyo canto
se yergue sobre las sienes.
Luego de leer todos los
periódicos cierro el cadáver de la ventana: cambio
de tinta y cobija, de cementerio
y plusvalía.
Si me falta alguna gota de
distancia, deshago tu cuerpo espectral.
Vuelvo al bosque intenso de
colibríes: allí, desnuda, oscilas en mis penas.
Ante la lanza de todo lo humano, el
cuerpo es palabra, tacto, remolino.
Sé que un día desaparecerán los
trenes y tu cuerpo y mi cuerpo.
Barataria, 22.VII.2015
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