Imagen cogida de la red
CÓNCAVA LUZ
Hundida en el centro del espejo,
despunta en la hipotenusa de las aceras.
En el tiempo precipitado de los
sentidos, las manos encorvan los recuerdos,
ese otro tejado de la conciencia
disuelto en las sombras.
Suena el semen en el grito de los
ijares; en el pasmo póstumo del azúcar,
el pétalo encarnado del tiempo:
la brasa o la espiga del murmullo,
quizá la Patria y sus cansancios,
la estética de la memoria hasta el cuello.
Cruje el fuego y de él, la luz.
(La claridad siempre me deja sus alardes de ciudad derruida. La
soledad
desordena cualquier Providencia. En el zodíaco de las crines, la
nave de barro
de mi cuerpo, las manos alrededor del candil de la tempestad.)
El inframundo cunde de musgo los
precipicios de la garganta: dudo
del mediodía y de sus aspavientos
calcinados.
—(vos) en el pecho del eco como
una gaviota: la enredadera del mar a los lejos.
Barataria, 30.XI.2014
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