Imagen cogida de la red
NIDO
Sentía
una ternura que me llevaba a acariciar todas las cosas: lomos de
libros,
filos de navajas, hocicos de gato, rizos de pubis, prismas de hielo,
cucarachas
mohosas, lenguas de perro y pieles de marta, gusaneras y bolas
de
cristal.
Agustín Espinosa
Aquel pájaro
sueña en sus ciegas claridades: roto el cordón umbilical es necesario recoger
las colillas lentamente para no contaminar el orden de las cosas en el
epicentro de la perversión las aldabas de la resurrección el torrente esdrújulo
del lecho es casi imposible no pensar en la oscura claridad de los discursos
depositarios de las fantasías del mundo me gana la impaciencia de la noche con
esas paredes llenas de remordimientos ¿quién me ve desde aquí cuando las
esquinas atraviesan el tránsito cuando los chiriviscos son la tentación de los
minutos? ¿cuánta ternura es necesaria
para pensar sin rencores la historia? ¿cuándo las hamacas de las ramas dejarán
de ser sombras del vaivén? la noche está
escrita en la lengua del alfabeto no siempre desde las alturas se divisa el río
de la eternidad ni es posible masticar todo este universo cansado: cada vez nos
destruimos nos anegamos de una sed
distante y sin reposo nos morimos sin despertar atónitos mordemos los bejucos
del entresueño hasta arder en un idioma indescifrable escrúpulos o no me lleno
de remordimientos cuando pienso en la mueca de los jardines esos lugares
enrarecidos por el índigo tortuoso que atrapa los huesos de mi ciudadanía la
niñez fue otra cosa —suspiro— hoy que veo el almanaque Bristol
a colores y hay crayolas y diccionarios a full color (detrás del tiempo siempre hay manchas irreconocibles) ya lo diría
Freud en el extravío de los sueños juego con júbilo a la fugacidad enciendo el
follaje de Dios y grito por los cuatro costados mi demencia petrificada allí en
el ojo de los jinetes apocalípticos a veces me da por coleccionar todas las
sombras grises del cielo no el azul de lejanía transfigurado en océano no las
hojas amarillas que bordean mi nido no las aceras profundas de superficialidad (en medio de la lluvia también el aliento
toca su propia armónica) siempre la soledad apesta a desierto vos lo sabés
porque apretás los acantilados con la punta de los pies no siempre las alas se
agotan en el desvelo a veces el rincón de la ternura posee su particular
rebeldía me extravío cada vez en el júbilo que me provoca la infancia
instintivamente me vuelco a las alas ¿sirve de algo el tiempo que ya no existe?
¿hay manuales para permanecer en la inocencia? resplandece la marea del viento
entre las ramas de las sienes —vos casi reclamada por el panal del rocío: es
extraño e inenarrable la densidad del vacío la puerta de la sospecha de los
zapatos la jaula y sus alambres oxidados esa otra distancia extrañamente de la
clarividencia puedo ver los muñones irascibles y apartar la palidez de las
espinas puedo verte tardíamente con mi candil de luz avergonzada: uno de pronto
se detiene en los insomnios a nombrar todos los nombres lentos oscuros que
habitan la penumbra: la brasa del miedo y su petate ardiente la niebla y su
peregrinar sin brazos ni manos todo el corazón espumea en el cántaro tatuado de
la edad todo cae sobre la escalera en descenso del otoño ningún juego es tan
letal como el fenecimiento de la sintaxis como el poema que nos muerde desde
dentro el resto lo hace el escalofrío de la tierra y la sensación de sentirse
náufrago atravesando el susurro de la sed y los espejos cuando el lado claro
del calendario tenga sentido la náusea dejará de ser pared con vómito ahora
sobre la saliva y las larvas los tentáculos de mis huesos y la lluvia demente
de las sábanas mañana en el camino otra
vez los declives innumerables del miedo haciendo su trabajo de sarna mientras
vos resollás en otro follaje donde no llegan los sellos postales ni esta vieja
historia de brazos ateridos
Barataria, 03.VI.2014
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