viernes, 8 de marzo de 2013

ARGUMENTUM AD VERECUNDIAM

Imagen cogida de la red





ARGUMENTUM AD VERECUNDIAM




Hablo de las palabras o de la saliva que clama a la aurora;
ante las asimetrías, que nos asista la oscuridad en su río de ebriedades.
El avatar o el karma, desvela conciencias
o simplemente extravía las transpiraciones de la voz.
Arden las brasas en la antorcha de la saliva, ¿es visceral la cripta
de la sapiencia, el polen en la resaca del tizne?
—Yo continúo con los zapatos del oficio, pese a las aguas —destruidas
o sepultadas, no lo sé—;
mi corazón tiene hambre desde los calcañales, ninguna grieta detiene
al grafito: soy niño dibujando flautas en las paredes.
Dentro de los templos destruidos uno aprende a descifrar las efigies
sepultadas y hasta la órbita de los olvidos.
Nada me sorprende tanto como quien duerme en las aceras,
entre la nebulosa, el yo profundo de la palabra, el fuego no destruido
en la devastación. (Todo despojo es inexorable, infames los pedazos
de espejo del árbol mayor, el hurto a la lealtad se yergue sin pudor.)
yo no creo en el vituperio que se guarece en la muchedumbre,
ni en la piedra que se extasía en los estantes,
ni en la obediencia que jura madrugadas, sólo en el gozo de los clavos
que hacen del infinito humedad pulsante.
De suerte, voy como quien va de viaje expuesto a los vahos del viento.
En la redondez del silencio, savia la relativa calma de los silogismos.
Cuando entré a la ficción salió el barbasco irredento: sé que navego
sin mar, pero ésto no corroe el calendario de mis peces…

Barataria, 23.II.2013


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