Imagen cogida de la red
CASCADA
Vacila la sombra derretida del
agua en las paredes del alba,
se abren al viento las aldabas de
la respiración, cada vez el desquicio
que desata los cabellos,
la quemazón del chasquido sobre
las piedras,
el capitel del alfabeto en el
tafetán de los vilanos, mismo que susurra
en las manos como una ofrenda de
párpados oceánicos.
Al ardimiento, los caracoles y la
luz entre dientes, aquella devastada
alegoría de las puertas,
el siempre lanzallamas del
alambique que despliega sus pólipos líquidos.
Es casi seguro que hendimos la
gruta de las fotografías:
el agua en las ingles, junto a la hostia del tanteo de la
eucaristía.
En cada conciencia el abierto
camino del agua,
y hasta quizás, el agua de la
noche hasta el cuello, algún espejo detenido
en las manos,
y el gozo o el pavor de cuanto
transcurre de manera incesante.
Aquí todo se vuelve despojo, despojo
ahora, disuelto en la memoria,
o, acaso, meditación de la
irrealidad del firmamento.
—Siempre el agua se torna espejismo
en la ceniza. A más voz, el fondo
de las palabras en el silencio,
nada es cuando la tinta se disuelve
discurriendo sobre estatuas.
He ganado cuando el agua lava mis
delirios. De ello tengo conciencia.
Barataria, 17.II.2013
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