Imagen cogida de la red
QUINTAESENCIA
Quiero
escuchar el ronquido sarnoso del perro que masculla en la intemperie,
del ebrio de
colillas y otros desperdicios: los que fornican en las tumbas ígneas
del
universo, los fragmentos fósiles de la saliva, el tobogán del escroto
en los
juegos sádicos, el precipicio de las tijeras (vacíate en el retrete oscuro
de los paraguas, en el abanico de
los objetos caseros), allí por fin la mecedora
de los
párpados en el tejado.
¿En qué
fogata sudan de horror las telarañas?
¿En qué
bacinica hacen sus quimeras los ángeles? ¿en qué hocico se congregan
las
feligresías? ¿Dónde el trencito de madera de la añoranza?
En la mesita
de noche de los años perdidos, el bolsillo con sus monólogos
de
paralítico, los roedores y criminales de la lividez.
Alrededor de
las peluquerías del bajomundo, el hacinamiento y sus extravíos.
(En el homenaje a los cuervos,
olvidé la sonata a aquel antro que pagó por adelantado
el aullido. Todas las
lecturas de las leyes que rigen las heces. Siempre me resulta interesante ver a
los cerdos degollados colgado del armario
de los husos horarios. Ah, mis
ojos malolientes a risa.)
Muchos
lloran y corren y juegan ante los falsos espectros del poema.
Barataria,
28.XII.2014
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