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ECOS DEL GRITO
A
la hora resignada, este remedo de voz, furtiva carne sin dioses, ni rezos.
A
lo lejos, se oye el gris de la niebla, el diente sordo del titubeo del mar,
el
grito de todos los ahoras en el misal de las afrentas.
En
la cercanía del cuerpo, todas las monedas ahogadas del disfraz. Toda la ruda
sobre
la joroba del acantilado.
El
grito imprime su filo en el dorso y sangran las cortinas de la eternidad.
(A menudo, uno supone
que no existen más horizontes al juelgo ardiente
del resabio, y que se
debe estar condenados al oráculo del silencio.)
Nunca
he sucumbido al hoy y sus demandas, cada quien talla su impronta
aunque
muera en el intento.
Siempre
ando desarmado como las semillas. La culpa, que no es mi bufanda,
retrata
con cierta sutileza, las diversas sombras que habitan
en
el dispensario de la hoguera. (Hay que
nacer de nuevo y no entre espejismos.)
Seguro
que será mañana el desvaído del grito, sin ninguna señal de proeza.
Barataria, 30.XII.2014
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