Imagen cogida de la red
PUERTAS
Pareciera
que todo el aliento se esfuma como los trenes fríos de la deshora.
¿Cuántas
puertas debo tocar o abrir para no equivocarme de parábola?
¿Cuánta
sal dejará de ser castigo o estatua?
En
la urgencia toda la fuerza cae al vacío: de pronto, alguien nos sepulta
los
sueños y nos desarma de sustento. Nunca somos en la espera de los grises.
Nadie
sabe qué suerte corren los sueños en medio de tempestades siniestras:
Nadie
que haya saciado el rostro del hambre.
Nadie
que nunca esperó en las cercanías de una mesa.
Nadie
que nunca tuvo sofocos, ni oscureció en su propia ceniza.
Nadie
que soportó la noche sin almohada desde sus miedos a la pobreza.
En
la penuria suelen ganar las puertas: nunca se abren ni siquiera
para
el desprecio. Nunca dan a la medida de la primavera.
A
veces nos niegan o nos dan un porvenir de falsedades. (¿De quién nos fiamos
entonces, si el prójimo
se cuenta con los dedos de la mano?)
Mientras
la farsa continua, habrá cartones y retretes y cuentos de bufones.
Barataria,
01.I.2015
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