Imagen cogida de la red
HUÉSPED
Desciende
ahora hacia el horizonte
donde
alguien desaparece
quizás
la viajera
su
fuga deja sobre el vidrio deslustrado
sólo
una lluvia de violetas negras
Jean-Louis
Bedouin
ha llegado
la sombra hasta este instante de ciudad desierta los ecos que a ratos cobran
vida la estación rebelde del olfato haciendo suyos los vacíos que el delirio ha
devastado huracanó sábanas y memoria mordió los ventanales del pálpito hizo del
tiempo ocupadas esquinas océano toda aquella invasión de piel en manos y
pupilas (pero no cabemos en el enjambre
del paraíso) uno debe renunciar a los infiernos el nosotros siempre es una
quimera que nada tiene que ver con las mitologías de pronto uno mira las
hondonadas del mundo los muchos paraguas que hurgan en invierno ¿sirve de algo
el tiempo en las bocanadas de aire que avientan los objetos sobre
nosotros? esperamos tanto tiempo en los
invernaderos sin siquiera pensar en lo irremediable: no hay absolutos en los
pelos del alma en una palabra dijimos toda la muerte hoy desearía abrazar el
pulso de aquel albedrío y deshacerme de todos los tiliches desdogmatizar por
ejemplo la resistencia de las espinas heredadas hasta entonces mi conciencia
estará tranquila de pronto siento en la espalda la astilla de barro en mis
harapos toda la tortuosidad de la noche en la bicicleta de mis huesos oxidados
cruzo el paladar del ascua con la marea rancia del aserrín (la puerta los pañuelos el ala) el altavoz de la fiebre de mis años
la indigestión del miedo y las paranoias las cuartillas de pólvora que se
alzaron sobre nuestros ojos los violines increíbles de los moscardones: ha sido
sin duda la muerte más extraña que he tenido la muerte más silenciosa y
definitiva el reloj del caos en mis noches de tinta acribillada la
clandestinidad me dejó miserables barrios orgásmicos la cris de los sueños solo
me recuerda la ceniza la escalera un poco incierta de las pestilencias con su
torpe cerradura de herrumbre ni de rodillas puedo invocar aquella botella de
mar los años de luz de la alegría todo aquello que conocí tenía luz trepaba al
pan de la brisa su voz colina entre sábanas faro en la estrofa de la madera (sobre la mesa) ese nunca podrá ser ya
el borbotón de consonantes sobre las baldosas ni la hogaza de cierzo salvo el
hollín inalterable sobre el espejo de algún cardumen de lágrimas hoy deambulo
largas sombras de litorales mudos roncas arenas en el dialecto de la sal ¿qué
puentes se aferran al ángelus de las semanas? ¿qué caminos no envejecen en el
aliento? un crucifico quema al espantapájaros de mi pecho un grito calcinado
ronronea sobre el taburete del horizonte al término de la colina el anfiteatro
del tejado solo el esqueleto de la página quizá unas palabras desvanecidas a
través del encaje del ánfora allá en la torre de Babel mis emociones iletradas
arrugadas de caminos secas como un pilar envejecido si algo ha quedado después
de todo en la habitación es la gota curvada del silencio (esa larga penitencia de los vitrales en el fondo de la
memoria)…
Barataria, 29.IX.2014
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