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INTERIOR
Uno no termina de morir sino cuanto
pervive en las palabras,
cuando las etimologías cogen las
formas de los zaguanes y las antípodas
y las constelaciones se tornan
una extraña forma de lenguaje. (La
timidez
me crece como un árbol silencioso y juega hacia dentro a ser
pared.)
Todo lo que escribo huye —se
fuga—como ese vagón de tren de la infancia
que se transforma en pájaro:
de manera inconsciente busco la
ternura, mientras deambulo a ritmo de ceniza,
en medio de acechantes olvidos, cuando
el agua encorvada del tiempo
emerge de mis ojos y el caracol
del ciprés toca mi nostalgia.
—Seguro me juzgáis por mis
pantanos, por ese barro de la timidez que forja
en mi conciencia silencios tan
ásperos como la herrumbre de la impotencia.
Después de todo, el ojo de Dios
no es ventana petrificada…
Barataria, 21.IV.2014
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