Imagen cogida de la red
ÁRBOL
En la cáscara frenética del
árbol, la escarcha fugaz del tiempo.
Tras la oruga disuelta de los
ojos, todo el rebaño nocturno del aire.
(Allí, entrelazados los dientes del matapalo, el subibaja del ojo
como guante
entre la goma que hace gemir a la madera.)
Ya rotos los zapatos, se ahoga el
césped en los pies:
todos los cementerios acechan
cargados de pájaros muertos, ¿quién mastica
las raíces del crepúsculo
y quita de sus costillas los
gusanos, la gota de multitud machacada
en las costillas? —Por cierto que
ahora cultivamos heridas,
y hacemos con la ruda
invocaciones frenéticas, hasta el punto de quedarnos
desnudos en el llanto.
Por si fuera poco, unas cuantas
monedas no lavan al cordero.
Barataria, 11.IV.2014
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