sábado, 30 de julio de 2011

CERTEZAS DEL ABISMO


Simplemente anochece en el cedazo del aroma: cada ceniza
de mi propio estupor es certeza; cada llama que salpica es perenne
hundimiento, la respiración porosa del hambre que baja al aliento,
el fondo hacia donde muerde la ignominia, el eco del pantano
que se ha vuelto éxtasis de descalzas almohadas.
Lower Proxy Falls Three Sisters Wilderness Willamette National Forest Oregon
Imagen tomada de miswallpapers.net





CERTEZAS DEL ABISMO




—Es que currucado no me puedo dormir luego.
—Esdtirate, pué…
—No puedo tata, mucho yelo…
—¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué…
SALARRUÉ, [SEMOS MALOS]




Simplemente anochece en el cedazo del aroma: cada ceniza
de mi propio estupor es certeza; cada llama que salpica es perenne
hundimiento, la respiración porosa del hambre que baja al aliento,
el fondo hacia donde muerde la ignominia, el eco del pantano
que se ha vuelto éxtasis de descalzas almohadas.
El frío aprieta como un muro condensado en los poros, como el filo
que ha copado la embriaguez en secuencia de pétalos aviesos.
De calle en calle nos perdemos en la boca de los periódicos sucios
del día; Los pies no soportan los andenes del grito, el ruido
de los grifos, la escoba acechante del suicida, ni las heces oscuras
del suplicio, ni las preguntas escritas en agendas oscuras:

(extraño los lugares seguros para dormir desnudo,
jugar a los ojos cerrados de las buenas noches, morder sin presencia
de tumbas, el ombligo sepultado debajo de las sábanas, queme recorran
el litoral del péndulo de los días felices del calendario, de la Osa Mayor
del incendio, metidos en el surco del invierno.)
Ahora no hay ya titubeos frente a la certeza: la noche empuja sus tiestos
atravesando el estanque de los espejos, el ojo que siempre mordió
las paredes del desatino
como un oficio perenne de vigilia. También el instinto que siempre
ha trabajado en lo inhóspito, olfateando el hilo de la saliva.
—Vos lo sabés cuando hay tantos agravios colgados del alero,
cuando no hay oración, sino grito que desclave el ojo del cuchillo
extraviado en las multitudes cercanas al nombre, fuegos que quizá
después gotean en la lengua como un viejo chorro de alcantaría.

Por supuesto asusta tanta morgue improvisada;
esta locura sudando en el estiércol, con los ojos salidos de miseria
e ironía, apretada la niebla hasta el punto máximo de la inclemencia,
desecho cualquier fondo blanco para un réquiem sublime.
¿De qué semillas nuevas, entonces, se nutrirá el respiro, el aliento
drenado de la toalla del calendario,
las nuevas efemérides de la madera, la razón de la luz,
el continuo peregrinar de las abejas en colmenas sajadas por la caries
sórdida, feroz cristalería de la ceniza?

Hemos llegado a un punto donde también los poros hablan,
donde la tortura se ve a flor de piel en los espejos,
los niños hundidos en juguetes inútiles, con guillotinas de irrestañable
doctrina, con visibles cántaros de terror.
Sin embargo, sed y lluvia siguen su propia batalla de estruendos:
hoy, debo confesarlo, son mayores las certezas;
polvo seremos en la saliva del aullido, noche cuando el misal
lo trague por completo el sepulcro…

Barataria, julio de 2011

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