En medio del entrecejo, las señales fatídicas del pretérito.
El relámpago ensimismado del estruendo, que se vuelve
prontuario para ciegos; en la tabla rasa del coágulo,...
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ESTRUENDO DE LA MADERA EN EL ENTRECEÑO
En medio del entrecejo, las señales fatídicas del pretérito.
El relámpago ensimismado del estruendo, que se vuelve
prontuario para ciegos; en la tabla rasa del coágulo,
el reguero de hormigas a prueba de respiración, las aguas
del invierno ardiendo en su expiación deshabitada. En la gruta
del vértigo, yo, el barro abierto a la alfarería,
entrañas salidas del espejismo del ala, la noche que juega
a su propia piel de soledades. En cada rampa de corbatas exhala
el párpado su péndulo, las ropas de la fosa sin itinerario;
por suerte, ahora tengo a la mano ciertos brebajes,
(cada insolencia se fue en bostezo; la malicia ha sido rebajada
a escoria. Me doy cuenta que una carcajada cabe en el bolsillo;
los guijarros son solubles en mi lengua.)
Por cierto que debo pensar en mi próxima caída:
el delirio tiende a dejar de ser como ciertas coronas imperiales
o retumbos de dogmas.
Soy testigo de los retratos en sepia del oprobio: cualquier duda
hay que preguntarle a la infamia,
esa otra cara de tantos infortunios, el verdadero precio
de cabalgar en medio de la polvareda. (Así he muerto, a pausas,
escarbando en la ceniza, en el lienzo de ceniza que envuelve a la madera.)
Barataria, julio de 2011
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