Igual que el tiempo, la escritura delira en el alba, delirios
balbucientes; pese a los maleficios y la mujer desnuda que atisba
mis sienes, mis pupilas, mi cuerpo, mi cuaderno de apuntes:
sueño negando la anatomía de la levedad, los metales preciosos
de la tinta; me extravío en el claroscuro de lo visible,...
Kibune Shrine Kyoto Japan
Imagen tomada de miswallpapers.net
CLARIDAD NOCTURNA DESDE EL ALBA
no confundas el sol con la silueta
pisa amplio y hazte ojos todo el cuerpo…
ALEX PAUSIDES
Igual que el tiempo, la escritura delira en el alba, delirios
balbucientes; pese a los maleficios y la mujer desnuda que atisba
mis sienes, mis pupilas, mi cuerpo, mi cuaderno de apuntes:
sueño negando la anatomía de la levedad, los metales preciosos
de la tinta; me extravío en el claroscuro de lo visible, en cada certeza
del latido plantado en los árboles. Subvierto el yute obsesivo
que acaricia los jardines del razonamiento, este ciego puñal
que ensordece las caricias a la hora de la ducha.
(A menudo el abismo es como un reptil de silenciosos apetitos,
disfraz del tiempo que respiran las puertas. Toda claridad es la noche
próxima en las ventanas, el comienzo de otros pájaros ensangrentados.
Siempre desvarío lamiendo la piedra pómez del entrecejo,
el alba inversa en el teorema de las sábanas,
el patio de la espuma del trépano de la tristeza: la claridad absorta
de la orina sobre la piedra de la noche, sombras vegetales del epitafio
que un día se perderá entre la breña,
entre los petardos de tantas profecías inocuas. )
Por lo demás, debo detenerme a pensar en las pequeñas cosas:
por ejemplo, cuántas hostias se gastan diariamente para la estética
del alma, los edificios virtuales en la inclemencia de las moscas,
todos los abismos con insuficiencia renal,
las hormigas soterradas de su propio colectivo, el patio sin perros
a punto de convertirse en el mayor cataclismo debido al vómito
de los callejones, habitados por mendigos.
Por supuesto, hay agendas mucho más sutiles: las deudas, los golpes
de Estado, la tristeza, las demandas ciudadanas, anular el cadáver
de la anorexia, fabular los sistemas jurídicos del socorro,
masticar las contradicciones domésticas en el pocillo de café puzungo,
o pedirle a la mujer que uno ama, un trocito de cariño
para la sobremesa de la salmuera.
Al otro lado, —sea la claridad nocturna o, la nocturna claridad—,
también hay platos rotos, vajillas con residuos de fritanga, desenlaces
apoteósicos que uno ni se los imagina: bichos raros, tan raros
como esos que llenan su propio alforja con el erario nacional.
Aquí, la ambigüedad es mucho más cierta y precisa que el reloj
de Londres, que las imágenes de Botero en una plaza pública;
por eso me cubro con la ropa colgada en el traspatio, por eso respiro
tabaco para propiciar mi propia muerte,
no sea que un día me agarren desprevenido y el colapso sea inminente.
No soy amigo de las simetrías, ni de las palabras hechas de gusanos;
ay, siempre pienso en la belleza detrás de las ventanas,
en los caracteres del semen como un destello de luz sobre el pubis,
en los libros de ficción, brutales, que me sacan del letargo.
Barataria, julio de 2011
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