sábado, 2 de julio de 2011

CALIGRAFÍA DE LA OSCURIDAD


Con la botella de mar tirada al vacío, el zumo de la razón arde
en el polvo; es tiempo de rostros tapizados por la oscuridad
de lo efímero: —efímero el juego desgastado de la caligrafía,
la dialéctica del oleaje en el agua oscura de las sombras;...
Imagen Jon Sullivan





CALIGRAFÍA DE LA OSCURIDAD




I just can't keep from cryin'
'Cause you say we've got to part
Sorrow grips my voice as I stand here all alone
And watch you slowly take away…
BLACK SABBATH




Con la botella de mar tirada al vacío, el zumo de la razón arde
en el polvo; es tiempo de rostros tapizados por la oscuridad
de lo efímero: —efímero el juego desgastado de la caligrafía,
la dialéctica del oleaje en el agua oscura de las sombras;
(tras bambalinas, el arcano, se nos vuelve huidizo, camino incognito
de la ficción humana.) La excesiva transparencia nos desvive,
así la piedra profunda hundida en el barro; la respiración
que sale desangrada del aliento, antes de que el desvelo capitule
en la furia de alguna cornisa. Ante el trozo de caligrafía del juicio,
el árbol de la tinta se abre al sonido, como un mapa de tinta
desparramada en el papel. Desde luego, el instinto juega a lo visceral,
atraviesa las soledades domésticas de las sábanas, muerde la lasitud
póstuma de las manos, el tacto desolado de lo íngrimo.

Entre la transparencia y la oscuridad, prefiero una tercera guarida:
quizá un museo de piedras u hojas, el juego crítico del césped,
el espejismo o, o una página con insectos donde nadie sangre herido
por la vigilia, ni por las llaves del aliento. Desde luego,
me son necesarios diversos atuendos: un pasamontañas,
el destello del aceite rechinando en la cacerola, el pez obstinado
en el pubis del zodíaco, los tantos rostros que perdí en cada palabra
del adobe o el bahareque. (Ayer, atónito, vi lechuzas en el firmamento:
eran esculturas sembradas en mis ojos, pañuelos estrujados
con pespuntes.) Hace años que la niebla arde en mis pies,
años grises de confeti, años de ríos sacudidos por el recuerdo;
a cierta edad, uno empieza a reconstruir los sueños y a responder
preguntas: pasó la tormenta con su carraspeo desmedido,
la explosión de los ojos en la turgencia, la medialuna de los labios
en el horno del océano. Tengo me digo, —por si acaso—, que pulsar
los oráculos en el bambú alucinado del pulso;
tirar los dados o la balanza sin contrapesos, sin repetir
la noche humana del contagio. Toda vida cumple un destino:
a mí me tocó masticar el aire en el infierno, purgar anónimamente
el resuello, desvivirme en la tormenta del reloj,
soportar los desatinos del horizonte, ponerle esparadrapos
a la circuncisión de los deseos, purgar la sal de la noche en los dientes.

(Luego de todo lo inminente, las extrañas ausencias de la sed,
el cuento de las cerraduras, la página llovida del luto en la garganta.)
Siempre pasa que la mucha claridad, se torna oscuridad incisiva;
nunca el infinito fue tan despiadado como el aliento de un moribundo,
como el declive húmedo de las navajas. La duda, después de todo,
mete sus dientes; acecha la oscuridad insomne de la conciencia,
arde hasta el cuello la ventana quebrada de la caligrafía…

Barataria, julio de 2011

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