Debo pensar en estas dimensiones hoy domingo. La grandeza
de la primavera está cargada de cuadernos, gradas con semáforos
de colores, juegos de ventanas convertidos en lámparas.
Debo pensar en los élitros del seno, la luz de medianoche
en los pezones, la piel visitada por mis manos,...
SPRING OF MIDNIGHT
Aún me obceca hallar estanques
Y adormecidas trampas.
IRINA OJEDA BECERRA
Debo pensar en estas dimensiones hoy domingo. La grandeza
de la primavera está cargada de cuadernos, gradas con semáforos
de colores, juegos de ventanas convertidos en lámparas.
Debo pensar en los élitros del seno, la luz de medianoche
en los pezones, la piel visitada por mis manos,
la tempestad que arrecia el cuerpo con la llovizna de cerezos
a flor de piel, en la luz que nos respira.
Podríamos reír de lunas en tan fresca desnudez de las pupilas,
podríamos quemarnos en las gaviotas de la noche
y recoger la desnudez de las estrellas, la policromía de la noche
en su juego de calendario entretejido.
De hecho, las calles anchas duplican nuestras sombras,
el tafetán con guiños de respiración suculenta,
los escapularios palpitando en la brasa por horas enteras:
hay en esto un extraño apetito de formas, ese cuerpo de la fantasía
que rodea los colores de la ráfaga, el minuto real de los violines,
la tangente de las baldosas a la hora de la siesta.
De joven palpé la levadura de los poros: era muy joven para tanta
quemadura, era la alquimia despierta de las ventanas,
o el simple apoyar lo fugitivo en la medianoche: esa otra luz
diurna del desvelo, sin paredes, con mar oscuro en las paredes.
Pero la memoria nos convoca en sus aguas suculentas,
aguas dormidas en el lagrimeo de la estaca,
pincel en jardín de cofradías, artillería sin solapas,
más que el polen deshojado del quejido: aquello era, anónimos
disparos en la calle, pétalos, espejos, horadando piedras,
manos envueltas en el torbellino del musgo, visibles sustancias
en el aliento, ínsulas de fuego ofrecido.
Aunque la medianoche esté instalada en los estribos de los lóbulos,
estoy aquí naciendo del aire de la primavera, (adentro son indelebles
los pies descalzos, el deshielo de los sombreros,
la música del manglar, el agónico chorrito de agua
que baja como una pedrería azucarada.)
Sombras densas se vuelve la esencia de la noche. Sombras misteriosas
que no caben en ninguna alacena, límpidas imágenes esparcidas
en los gajos de la entraña.
Debo pensar en la atarraya de las incandescencias, y caminar junto
a la avidez de los mercados; debo convertir las sillas en guitarra,
el tacto en trapecio de respiraciones,
quedarme aquí en el acuario del desvanecimiento,
o seguir ese riíto hasta esparcir todas sus aguas.
De cualquier forma, también la primavera florece en la medianoche,
Aquí me quedo dibujando albercas…
Barataria, abril de 2011
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