Fue todo a media tormenta, un pañuelo de espumas. Piedra
pómez, aquel eco tallado en la transpiración, el destiempo urgido
de las paradojas. Antípoda de Nausícaa, el abandono en silencio
hacia la oscuridad prolongada de las aceras.
Fotografía de André Cruchaga
ESTANCIA DE LA ESPUMA
I've been hiding
Chained up to a dog on a leash
All walks of life here are welcomed
To train you past on a new day…
MIDDLE CLASS RUT
Fue todo a media tormenta, un pañuelo de espumas. Piedra
pómez, aquel eco tallado en la transpiración, el destiempo urgido
de las paradojas. Antípoda de Nausícaa, el abandono en silencio
hacia la oscuridad prolongada de las aceras.
Sobre la risa que se niega se plantan cementerios, cielos
cargados de ataúdes, manos agrietadas, repletas de granito.
A menudo nos acostumbramos a vivir en medio de la farsa,
Sonámbulos, desnudos, transitamos el juego de los sueños,
La infusión de nubes, la hermenéutica de los sofistas: nos nutrimos
del asombro apodíctico, enterramos los sentidos en la arena, husmeamos
como el topo, y hacemos el espectáculo con estremecidas máscaras.
Un salto al vacío en el tobogán del aire:
hasta el horizonte mortal de la claridad, —recién ahora, reduzco
el infinito; salta la perpendicular torcida de la lengua, dije,
y que la ignominia no tenga más aplausos, ni visibles pájaros.
Nosotros los mortales, sostenemos el mundo en una lágrima suelta
por el arcano que parece el camino de todos los días.
—Caminamos con la intimidad en el bolsillo:
¡Qué desvelos al filo de nuestra muerte!
¡Qué seco, ahora, el manantial de la elocuencia!
De pronto el ala es también espuma, elemental colina de la gruta,
semilla sembrada entre guijarros.
Un día somos pergamino; otro, simple bolsa de verduras colgada
de los párpados, respiración inventada en el arroyo, que no llega
a neblina ni a tragaluz. (El pecho clausurado debería de caber
en las manos, —pues, que no poseyendo vitrales, ni alacenas es mejor
darle santa sepultura, que pase a la quietud de la mejor vida.)
en vez de sincronizar los relojes para una eternidad, nos desvela
la carta astral de la zozobra; y así, no se puede alcanzar la fuerza
del trance, sino el simple remedo de la aventura.
Dicho está que la materia a menudo se agrieta; habrá que cortar
los terrones del absurdo, y volvernos encantadores del granito,
algo así como aparecer mojados en la lluvia sin palparnos,
aspirar los candiles de la sed desde la almohada virtual del talismán
que desolla los orgasmos hasta el ardimiento nauseabundo.
Me veo en la bóveda hueca de la máquina tragaperras: empiezan
a revelarse los prismas del aliento, las certezas que alimentan
el escalofrío, el mundo del desparpajo, el espejo alucinado del cine
mudo, el costado abierto de la fatiga, la espuma alzada en embriaguez,
el aire sofocante de las brújulas.
(Nada es lo que parece. —o lo que es, en realidad, está lejos de ser:
las preguntas exceden a las respuestas; el pulso rompe las arterias:
en el oficio del poema, siempre existe la posibilidad del doble desafío:
revelar la esencia del vuelo, o simplemente quedarse como cándida
luciérnaga, emergiendo de la maleza o el escombro.)
Barataria, abril de 2011
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