Siempre es una paradoja la válvula de escapa de las estaciones.
La regadera del estornudo carcomiendo las pupilas,
los Siete enanitos burlando su propio excremento,
Alicia en medio de las moscas de los retretes, o Bambi jugando
en la enredadera de las pecas,...
LECTURA DEL ESTORNUDO
I'll hold on while you drift away
Cause everything you wanted me to hide
Is everything that makes me feel alive…
VERTICAL HORIZON
Siempre es una paradoja la válvula de escapa de las estaciones.
La regadera del estornudo carcomiendo las pupilas,
los Siete enanitos burlando su propio excremento,
Alicia en medio de las moscas de los retretes, o Bambi jugando
en la enredadera de las pecas,
los tres tristes tigres en las mil y una noche y el Aleph,
con historias urbanas, Peter Rugg en la aventura de la intemperie.
Los dinosaurios engendrados por Augusto Monterroso,
y hasta un pájaro desgastado en la ceniza de la historia:
cada quien es inocente en el vaso de sus propias ilusiones;
pero no se vale escupir para oscurecer la alegría,
ni estornudar en la piedra en vivo de la inocencia,
ni siquiera invernar en la marea de la alta noche,
ni en la crayola heráldica del dintel,
ni en la sal de la rama estrujada, puerta del granizo, aldaba del aire,
ni en el claro del aleteo del desquicio, meses con fatiga,
mucho menos sobre la luz que alumbra los cuadernos, el quicio
del aire tallado en las sienes.
(Siempre me ha gustado el juego de naipes del paisaje:
la deshora postulante de los páramos, la farmacopea de la túnica
como escondrijo beatífico de la sedición,
los comales de barro a dos caras,
las caravanas de zompopos mordiendo telarañas hirsutas,
los días de guardar el deseo en una alcancía de porcelana.
—desde luego me encanta leer los estornudos del girasol en la hoguera
de los panteones, lamer el osario bíblico del pudor,
por aquello de que “el gusto de alabanza, a todos alcanza”,
quitarme el tizne tras el golpe de la sartén, (siempre es bueno,
“hablar, poquito; y mear, clarito”). Cierto es que, mientras uno no muere
se está vivo; en el charco de la aurora,
el musgo del calendario muerde la brújula, el oficio de aprendiz
de pespuntes, colorear mundos irreales, a cuesta de cábalas
y hamacas, —a cuestas de lápidas oscuras y limo.
Debo suponer que el universo, hoy, ya no es incógnita, sino un estornudo
revelado como aceite de herético éter.
Después de todos los miedos posibles, debo pensar en el poema
de principio a fin, en el pájaro escaldado de las consonantes, en la vocal
cierta que de todas maneras escupe la tarde, en el sacrilegio
de beatificar las alcantarillas, en la seducción que me provoca la idiotez,
en un poco de blues prostituido por el tabaco y la agonía de no ser
cadáver, sino un nombre acaso con letras extrañas,
en la estación de los sellos postales, agua demasiado densa
en las paredes, perros de póstumos ladridos, libros que habré
de quemar un día, justo en la hora cero del dolor de muelas.
Barataria, abril de 2011
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