lunes, 18 de abril de 2011

SIEMPRE HAY CEMENTERIOS EN EL ALIENTO


Escapas. La poesía antes de la noche. Escapas, en medio de celo
de las abejas, entre el mismo silencio de siempre y la sartén
abandonada en el césped. Escapas de la lluvia. Escapas de la humedad,
y escapas debajo de las persianas,...




SIEMPRE HAY CEMENTERIOS EN EL ALIENTO




I've been going crazy while you sleep
Thinking of a language that the two of us can't speak
So, Mr. prehistoric make your wheel
& I'll breathe underwater cos I like the way it feels…
ARCTIC MONKEYS




Escapas. La poesía antes de la noche. Escapas, en medio del celo
de las abejas, entre el mismo silencio de siempre y la sartén
abandonada en el césped. Escapas de la lluvia. Escapas de la humedad,
y escapas debajo de las persianas,
del único poema que se abre al insomnio, del papel que amanece
del sopor de los cuerpos, sorda piel de la noche en la vasija
de barro del pecho, sordo fuego del murmullo entregado a la oscuridad.

Hay cementerios, por cierto, en cada pijama que cubre
el candil rabioso de las espigas, el surco abriéndose a la puñada
de objetos de la nada, a esas recámaras siniestras,
de jeroglíficos mortecinos: la saliva o el silencio prolongado laceran
los viejos troncos de los ojos,
la brisa a medias del panal de los poros,
huele a antro, el hilo destejido de los encajes, el elástico estirado
de los poros, la lengua purulenta de las cataratas.
También en los jardines hay cementerios sumergidos: columnas
de cuchillos, hablantes oscuros de tormentas,
resplandores de mortajas grises, lámparas que colorea la ceniza,
habitaciones donde la arena ha hecho su festín: siempre hay cementerios,
cristales marcados por los dientes del calendario,
baldosas de manidos buitres,
destellos de hormigas hasta el cuello, hasta el alero donde se rompen
las uñas, y el fuego súbito cercena los ojos.

¿Qué hojas se mueven entre el poema y el cuerpo, entre la letra
y las sienes, entre lo intangible y la respiración rota,
entre el arrebato y las aguas apacibles, entre los zapatos y los sueños
que merodean, umbral del huracán o el sosiego?
—De pronto me acostumbré a vivir en medio de un alfabeto sin sonidos:
entre al granito y la hojarasca,
dentro de sitios de tupida oscuridad, atardecidos sueños del viento,
río descercado de los pájaros en el hollín.
Hasta ahora, sólo aprendí a silabear a los guijarros: prenderme
de la sal oxidada del guarumo, dudar de mi propia muerte, morder
los olores del submundo, arrancarme el estío de la hojarasca,
seguir ennegreciendo mis pupilas, lanzar confeti a las albercas,
desnudar las ingles de las palabras hasta volver a ser Ulyses.

Me resisto, por supuesto, a creer en las falsas modestias, en los ribetes,
en las carreras de cinta de la bruma,
en las aguas súbitas que salen de los desiertos: me resisto a creer
en los cielos diáfanos, no creo en las deprecaciones, ni en los eufemismos,
ni en ciertas peripecias del teatro bufo,
ni en el símil, aunque a menudo nos personificamos,
palpitamos infames caballos, ardemos entregados a la ceniza.
Escapas entre los vahos del camino, en medio de la puerta rota
de las hojas de otoño, escapas. Ahora entiendo mejor los cementerios.

Barataria, abril de 2011

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