lunes, 4 de abril de 2011

RESPIRACIÓN INDEMNE


El ojo es indemne frente al cristal que lo sostiene. No hace daño
el papel sobre la mesa para dejar correr las noches o el pasmo
de las cucharas lanzadas al vacío.
Siempre estuve libre de daños y perjuicios, incluso de los balcones
donde tantas veces colgaron esqueletos para infundirme miedo:
y claro nunca fue fácil abrir de par en par la puerta,...



RESPIRACIÓN INDEMNE




La luz del olvido
enciende las flores de la lluvia,
PERE BESSÓ




El ojo es indemne frente al cristal que lo sostiene. No hace daño
el papel sobre la mesa para dejar correr las noches o el pasmo
de las cucharas lanzadas al vacío.
Siempre estuve libre de daños y perjuicios, incluso de los balcones
donde tantas veces colgaron esqueletos para infundirme miedo:
y claro nunca fue fácil abrir de par en par la puerta,
salir con monedas en el bolsillo, ver las acrobacias de los gusanos,
limpiar las escamas de las goteras, surtir de campanas el pecho;
nunca lo fue cuando se tapaban las vitrinas,
y salían larvas de los poros, miedos y duros mercados.

—Un día de tantos, me dije:
debo respirar y coser los pantalones, almidonar mi pecho con las aguas
del mar, jugar los juegos de los barcos, deslizarme en los rieles
de la Vía Láctea, hacer más grande la acequia del horizonte,
vomitar los charcos dejados en la habitación y hasta pasar revista
a la tropa del fango, y a todos mis presentimientos.
Nunca supe de qué lado estaban las piedras, qué rumbo tomaron
las cacerolas, la epilepsia del humo, el carbón para los dientes,
los grafitis acostumbrados a los colchones,
de pronto también el manicomio de los cementerios, la oferta y la demanda
de las penurias, la cloaca de la tormenta en los pies,
el lavatorio metafísico de los abanicos como pequeñas dulzainas
flotantes, licuados de arco iris en plena noche.

Después del atardecer pasé a mejores manos: el estanque de la soledad
subió al olvido; desinfecté las aves de corral,
subí las escaleras, bajé al sótano diluido de mi talla; después
me he purificado con cenizas siderales, con el azúcar del jade:
al regresar, veo las mañanas sin la parálisis del búho,
la piel afilada en la luz,
y esa claridad de los que respiran con dicción indemne.

—Después de todo, la claridad nos pertenece aun con ojos cerrados;
aquella claridad negada en la emboscada; ahora el aire sabe
que descorro las cortinas y desando aquella partitura de relojes,
para andar luego sin el esquivo de la duda.

Barataria, abril de 2011

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