A veces me olvido de la oscuridad y camino sobre las piedras.
Aquí estoy, íngrimo como la semilla de conacaste, con los ojos
Cansados de tanto ver. Con los dedos magullados de tantas formas.
He braceado agolpando la espuma: nube, aire, cielo, la carne
Desnuda de los nudos, la frente golpeada y las rodillas confundidas.
Aquí estoy, íngrimo como la semilla de conacaste, con los ojos
Cansados de tanto ver. Con los dedos magullados de tantas formas.
He braceado agolpando la espuma: nube, aire, cielo, la carne
Desnuda de los nudos, la frente golpeada y las rodillas confundidas.
Fotografía de André Cruchaga
MISERIAS DEL TIEMPO
Hablé en voz alta
esperando que me viera
cuando apareció colgada
como lámpara en la espesura…
ROBERTO ARMIJO
A veces me olvido de la oscuridad y camino sobre las piedras.
Aquí estoy, íngrimo como la semilla de conacaste, con los ojos
Cansados de tanto ver. Con los dedos magullados de tantas formas.
He braceado agolpando la espuma: nube, aire, cielo, la carne
Desnuda de los nudos, la frente golpeada y las rodillas confundidas.
¿Cuánto falta, todavía, para apoyar mi cabeza sobre la tierra,
Los ojos de mi noche, lentos ojos de limonada?
—De regreso estoy y nunca se abre la puerta, ni el cerco de piedra,
Ni el piñal machacado por mi lengua.
La miseria me sube a la escalera de la espuma, a las manos rotas
Que se buscan, al abrazo desgastado en el pararrayos.
Muerdo la pepitoria de los días enfadados. Muerdo el ajonjolí
De los días venideros. Me harta la noche entera de los pacunes.
También el matapalo abrasado de mi cuerpo,
La espiga que no llega a los cabellos y se queda redonda en el recuerdo.
Lamo adolorido mis propias vértebras, la espina esdrújula se las hélices,
El pantano coagulado en mis recuerdos, obra de la pústula terrestre.
No me siento feliz de escupir en el casco de las estatuas;
Ni beber la sangre en los rituales de la pasión,
Ni pellizcar siquiera el maquillaje de las estrellas de Hollywood,
Ni quitar el mosquitero del cigarro de mis manos.
(Por cierto, reconozco, que hace bien a la salud escalar volcanes:
Subir la cuesta de los pezones con parsimonia de violines),
Hasta dejar posesas la lengua y el olfato.
Ya no sé qué tiempo de caricaturas tengo en mi alma.
Qué tiempo, aquí, de absoluta demencia.
Qué balbuceo de cuchillos lame los poros y la lengua de los zapatos.
Tanto jugar a la justicia y luego me pierdo en las canicas y el capirucho.
La democracia, líquida, en el vertedero y el retrete hasta la nariz.
Estoy ciego. Estoy sin olfato. Estoy sin tacto, sin motricidades.
Este tiempo de galope oscuro y locura y sin cura.
Todas las aguas esparcidas sobre mis hombros. Todo el mar en la boca.
Pero nunca llego, a la página completa del recorrido.
Nunca alcanzo la costilla del litoral,
El otro imán de los espejos. Las semanas enteras del calendario.
Entre las aguas terribles del minuto, bañan los muertos su tristeza.
Caigo en las luciérnagas de los cementerios, —la Isla que me espera
Con su cajón de harina, la isla que nunca descubro entre las estridencias
Del mango tierno de los ángeles…
Barataria, 13.VIII.2010
MISERIAS DEL TIEMPO
Hablé en voz alta
esperando que me viera
cuando apareció colgada
como lámpara en la espesura…
ROBERTO ARMIJO
A veces me olvido de la oscuridad y camino sobre las piedras.
Aquí estoy, íngrimo como la semilla de conacaste, con los ojos
Cansados de tanto ver. Con los dedos magullados de tantas formas.
He braceado agolpando la espuma: nube, aire, cielo, la carne
Desnuda de los nudos, la frente golpeada y las rodillas confundidas.
¿Cuánto falta, todavía, para apoyar mi cabeza sobre la tierra,
Los ojos de mi noche, lentos ojos de limonada?
—De regreso estoy y nunca se abre la puerta, ni el cerco de piedra,
Ni el piñal machacado por mi lengua.
La miseria me sube a la escalera de la espuma, a las manos rotas
Que se buscan, al abrazo desgastado en el pararrayos.
Muerdo la pepitoria de los días enfadados. Muerdo el ajonjolí
De los días venideros. Me harta la noche entera de los pacunes.
También el matapalo abrasado de mi cuerpo,
La espiga que no llega a los cabellos y se queda redonda en el recuerdo.
Lamo adolorido mis propias vértebras, la espina esdrújula se las hélices,
El pantano coagulado en mis recuerdos, obra de la pústula terrestre.
No me siento feliz de escupir en el casco de las estatuas;
Ni beber la sangre en los rituales de la pasión,
Ni pellizcar siquiera el maquillaje de las estrellas de Hollywood,
Ni quitar el mosquitero del cigarro de mis manos.
(Por cierto, reconozco, que hace bien a la salud escalar volcanes:
Subir la cuesta de los pezones con parsimonia de violines),
Hasta dejar posesas la lengua y el olfato.
Ya no sé qué tiempo de caricaturas tengo en mi alma.
Qué tiempo, aquí, de absoluta demencia.
Qué balbuceo de cuchillos lame los poros y la lengua de los zapatos.
Tanto jugar a la justicia y luego me pierdo en las canicas y el capirucho.
La democracia, líquida, en el vertedero y el retrete hasta la nariz.
Estoy ciego. Estoy sin olfato. Estoy sin tacto, sin motricidades.
Este tiempo de galope oscuro y locura y sin cura.
Todas las aguas esparcidas sobre mis hombros. Todo el mar en la boca.
Pero nunca llego, a la página completa del recorrido.
Nunca alcanzo la costilla del litoral,
El otro imán de los espejos. Las semanas enteras del calendario.
Entre las aguas terribles del minuto, bañan los muertos su tristeza.
Caigo en las luciérnagas de los cementerios, —la Isla que me espera
Con su cajón de harina, la isla que nunca descubro entre las estridencias
Del mango tierno de los ángeles…
Barataria, 13.VIII.2010
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