Más alto que la noche, el ojo del horizonte, antigua lengua del silencio.
Tapial distante, allá en el reloj que los trenes arrastran
Con sus rieles líquidos.
En la brisa de las sienes, sonríe el asombro, la escalare donde caen,
Una a una, los cadáveres de las hojas. El humo henchido de la niebla.
Tapial distante, allá en el reloj que los trenes arrastran
Con sus rieles líquidos.
En la brisa de las sienes, sonríe el asombro, la escalare donde caen,
Una a una, los cadáveres de las hojas. El humo henchido de la niebla.
Ilustración tomada de la red
—Hay dos orquestas.
—¿Y por qué no cuatro?
—¿Verdad?
—Vamos a vestirnos.
AUGUSTO MONTERROSO
Más alto que la noche, el ojo del horizonte, antigua lengua del silencio.
Tapial distante, allá en el reloj que los trenes arrastran
Con sus rieles líquidos.
En la brisa de las sienes, sonríe el asombro, la escalare donde caen,
Una a una, los cadáveres de las hojas. El humo henchido de la niebla.
—[Soñarte otra vez y otra vez desde el interior de mis vísceras;
Tallarte en el cuarto de lector empedernido, romper la luz en cada
Hoja de naufragio, rasgar el lago del alma
Como mirando la obra del picapedrero. Despierto al estertor
De las campanas: encerrado en el abanico del reloj casi sin respiración:
Las manos en algún instante se vuelven mortajas].
Como mortaja, la acefalea, el rincón polvoriento de los analgésicos,
Las velas sombrías como agua estancada.
—De un tiempo acá, me falta el barco del arco iris. El golpe de la lluvia
En la mocheta de las ventanas, el viento sin cesar en mis manos.
Las hojas del papel y de los árboles miran en nosotros:
Son el paraguas sobre el pavimento. El cántaro de barro del nosotros.
Mordemos la posta de la noche como fruta de feria.
El techo en el suelo de los ruidos. El dedo irrumpe en el ojo:
No sé si es la paja en mi propio ojo la gira amarilla en las pupilas.
Hemos sido como el balón en el campo de juego: sólo que jamás tuvimos
Árbitros, salvo el caballo de los gestos, el costado roto de la memoria.
Jamás matamos al ciempiés de la zozobra.
Quitamos al pensamiento la rueda de los sueños.
Tenemos, sin embargo, símbolos como pesadas estatuas en la espalda.
De principio a fin, rota la yema de los dedos.
El pensamiento sin vestimentas adecuadas. El hartazgo que producen
Las despedidas. Esta lengua madre de la ceniza en el cenicero.
—Muero tejiendo el canto de cuna de mamá. Recordando, digo,
El sonido a veces indeciso de su voz. La ropa para dormir entre cipreses.
Es hoy y es mañana. Es hoy aquello que me olvida.
La sensación es de astas, escaleras y cuchillos. Es de horas en descenso.
Apenas niño, el sofoco de los trenes y los barcos.
Apenas niño, la tempestad sin abrigos, el alma a bordo de la limosna,
El horizonte esencial como un enfermo.
Entre la monótona escoria del hierro, la cervecería del tiempo,
Bebiéndose la tinta del tiempo; y ojos y olfato,
Pervertidos en las esquinas de los antros, —fiero sistema creado
Por ciertos parlamentos para disipar las obviedades…
Barataria, 30.VII.2010
“LAS HOJAS MIRAN EN NOSOTROS”
—Hay dos orquestas.
—¿Y por qué no cuatro?
—¿Verdad?
—Vamos a vestirnos.
AUGUSTO MONTERROSO
Más alto que la noche, el ojo del horizonte, antigua lengua del silencio.
Tapial distante, allá en el reloj que los trenes arrastran
Con sus rieles líquidos.
En la brisa de las sienes, sonríe el asombro, la escalare donde caen,
Una a una, los cadáveres de las hojas. El humo henchido de la niebla.
—[Soñarte otra vez y otra vez desde el interior de mis vísceras;
Tallarte en el cuarto de lector empedernido, romper la luz en cada
Hoja de naufragio, rasgar el lago del alma
Como mirando la obra del picapedrero. Despierto al estertor
De las campanas: encerrado en el abanico del reloj casi sin respiración:
Las manos en algún instante se vuelven mortajas].
Como mortaja, la acefalea, el rincón polvoriento de los analgésicos,
Las velas sombrías como agua estancada.
—De un tiempo acá, me falta el barco del arco iris. El golpe de la lluvia
En la mocheta de las ventanas, el viento sin cesar en mis manos.
Las hojas del papel y de los árboles miran en nosotros:
Son el paraguas sobre el pavimento. El cántaro de barro del nosotros.
Mordemos la posta de la noche como fruta de feria.
El techo en el suelo de los ruidos. El dedo irrumpe en el ojo:
No sé si es la paja en mi propio ojo la gira amarilla en las pupilas.
Hemos sido como el balón en el campo de juego: sólo que jamás tuvimos
Árbitros, salvo el caballo de los gestos, el costado roto de la memoria.
Jamás matamos al ciempiés de la zozobra.
Quitamos al pensamiento la rueda de los sueños.
Tenemos, sin embargo, símbolos como pesadas estatuas en la espalda.
De principio a fin, rota la yema de los dedos.
El pensamiento sin vestimentas adecuadas. El hartazgo que producen
Las despedidas. Esta lengua madre de la ceniza en el cenicero.
—Muero tejiendo el canto de cuna de mamá. Recordando, digo,
El sonido a veces indeciso de su voz. La ropa para dormir entre cipreses.
Es hoy y es mañana. Es hoy aquello que me olvida.
La sensación es de astas, escaleras y cuchillos. Es de horas en descenso.
Apenas niño, el sofoco de los trenes y los barcos.
Apenas niño, la tempestad sin abrigos, el alma a bordo de la limosna,
El horizonte esencial como un enfermo.
Entre la monótona escoria del hierro, la cervecería del tiempo,
Bebiéndose la tinta del tiempo; y ojos y olfato,
Pervertidos en las esquinas de los antros, —fiero sistema creado
Por ciertos parlamentos para disipar las obviedades…
Barataria, 30.VII.2010
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