Ahí el cascabel de la risa en el hilo del péndulo. Ahí el reloj
Con sus piernas de tiempo. La ciudad fantasma de mis manos
Deshaciendo la escritura, reescribiendo la luz de los cuchillos en el agua.
Ahí el brazo suelto de los ciegos.
Ahí la niebla del cigarro enredándose en los parpados como un antifaz.
Con sus piernas de tiempo. La ciudad fantasma de mis manos
Deshaciendo la escritura, reescribiendo la luz de los cuchillos en el agua.
Ahí el brazo suelto de los ciegos.
Ahí la niebla del cigarro enredándose en los parpados como un antifaz.
Pintura del maestro Francis Picabia
PÉNDULO DE LA ALMOHADA
A través de todas las almas de todos los anhelos y todos los naufragios
Cae y quema al pasar los astros y los mares
Quema los ojos que te miran y los corazones que te aguardan
Quema el viento con tu voz
VICENTE HUIDOBRO
VICENTE HUIDOBRO
Ahí el cascabel de la risa en el hilo del péndulo. Ahí el reloj
Con sus piernas de tiempo. La ciudad fantasma de mis manos
Deshaciendo la escritura, reescribiendo la luz de los cuchillos en el agua.
Ahí el brazo suelto de los ciegos.
Ahí la niebla del cigarro enredándose en los parpados como un antifaz.
Ahí la almohada en el caos del agua, madriguera de hojas cansadas.
Ahí la próxima pieza de mesón con sus contradicciones.
El ojo hacia el puente triangular del pubis. El día borrado en las escamas
De las sombras, en el mercado sudoroso de las verduras.
Ahí el ciento por cien de los chufles, el ascua del ajo apuntalado.
Las lechugas como rebanadas de tropezones, las hormigas mojadas
De los sueños sobre el tejado, los murciélagos del desliz en el hangar
De las costillas, sacudiendo la extensión de las puertas.
Ahí la tiara de pezones en mi pijama, la bragueta mordida por banquetes
De saliva solar, los ojos milenarios de la reencarnación.
Ahí el caballo del delirio insomne de las parábolas, petrificado rayo,
Tropel en el borbotón de las campanas.
Hasta aquí llega el guardabarranca enfebrecido del balcón, el derroche
Andante del sudor, el bulto de retablos deformes,
El rocío del azúcar fermentada, desbandada de piras en el césped.
De un lado a otro la iguana de la Esperanza, el garabato del rasguño
Larvario encaramado en el río pitagórico de las sienes.
El báculo de eros deslizándose en la rama de rocío.
El acordeón del invierno, tembloroso, en la tinta china del cansancio.
Ahí el traspatio de lo ígneo, la funda lunar del espacio, el tropel ciego
De la brida, los ojos como dos zopilotes sin sombrero.
—La almohada suele ser el refugio de lo inalcanzable. El coro de la epifanía
Con su vasija de diezmo dominical.
Cada noche se mueve el hilo del misterio; y, aunque no haya certezas,
El tiempo cubre ciertos espacios de luz. Ciertos espacios de oscuridad
Que sólo se ven en el césped de las pupilas.
Cuando el vuelo de la medianoche nos vuelve unísonos,
El cuerpo levanta los taburetes de las palabras, los nombres flotan,
Como plumas de un vuelo alegórico.
Ahí, en la almohada, el péndulo dilata la desnudez: —esa desnudez
De la vida en el cuenco de las manos. Imagen ígnea del pez
Dentro del agua, luz agitada del pestañeo, luz colgada del vaivén.
En la almohada duerme el silbo más profundo: —el arco interpuesto
De los logaritmos, la brevedad eterna del silencio…
Barataria, 02:VI.2010
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