La tarde se mete en las ventanas para esconderse de la noche.
En la lengua del reloj la saliva convierte la sinuosidad en calendario.
En el balcón del rocío las alas mojan el sueño. —La silla del mar,
Sonora, en las pupilas,
El pezón métrico de los caracoles,
Las figuras de palabras crujientes del Universo, el badajo de miel
En el caserío de los poros.
En la lengua del reloj la saliva convierte la sinuosidad en calendario.
En el balcón del rocío las alas mojan el sueño. —La silla del mar,
Sonora, en las pupilas,
El pezón métrico de los caracoles,
Las figuras de palabras crujientes del Universo, el badajo de miel
En el caserío de los poros.
Ilustración: Imágenes gratuitas
ESCENOGRAFÍA EN EL VACÍO
En una calle de apretado silencio transcurre el asombro
todo retrocede hasta un límite inalcanzable para el deseo
ALDO PELLEGRINI
La tarde se mete en las ventanas para esconderse de la noche.
En la lengua del reloj la saliva convierte la sinuosidad en calendario.
En el balcón del rocío las alas mojan el sueño. —La silla del mar,
Sonora, en las pupilas,
El pezón métrico de los caracoles,
Las figuras de palabras crujientes del Universo, el badajo de miel
En el caserío de los poros.
El brillo del agua es una trifulca de venablos. La luna brota de la corneta
Honda de los dardos, humana forma de quitar las caretas.
Los dedos pelean en el acuario verde de las iguanas.
En el fondo, las palabras oscuras son tan claras como una escoba
Barriendo los parques, colibrí vuelto avión sobre el polen.
Dan ganas de reír cuando la eternidad es esa piedra temblorosa
De los pañuelos, pedrera donde uno rompe las encías. Ojo abisal
En el apio del humo, en la dentadura agónica de las tejas.
Cuando abro un libro juego a los rieles de los trenes, —y sin recelos,
Viajo en el tablero concéntrico de las palabras; escarbo en la almohada
De las sílabas; vuelo sobre el taburete de las estrellas.
En la profundidad de los zapatos dan vértigo las calles.
Los peatones de pronto parecen hogueras del disfraz. El ojo ciego ve,
Al óleo, el tragaluz gris de los sueños.
Una casa de lianas estampa el cielo, quizá el acantilado fangoso
De los pájaros. Quizá las difusas arenas del crepúsculo. El brazo cortado
De los girasoles, la carcajada aviesa de la ciudad.
En esta ruleta de naipes concéntricos, permanecen los agujeros
De la cara tratando de adivinar las manos hollinosas del reloj colgado
Como una bandera en la cúpula de la saliva.
Ningún día es tan cierto como la cita borrosa con la lejanía,
Como el doblamiento del papel con los dientes, —puerta al techo
De la alegoría, a la evidente respiración del hacha en los pulmones.
Caminamos sin tregua a través de una eternidad efímera. Los acentos
Roncos del bus destartalado, la estatua reivindicada por el smog,
Un día que no es diferente a otro en las agujas del reloj ciego del puño,
En el dedo índice de las sillas enamoradas,
En el paraguas debajo de la lluvia que nada entre pellizcos.
A cada paso reconforta el cuenco de los tiestos, —ese ojo en la concha
Vacía de la luz, evidente forma de la boca en los bolsillos.
En la otra orilla del no vacío, el alquitrán de los relámpagos en la sangre,
El espejo convocado para la gran noche,
Los ventanales ahumados por la leña en llamas…
Barataria, 08.VI.2010
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