Imagen cogida de la red
PECES MUERTOS
En
el mercado oscuro de la hoguera y las boutiques, los peces muertos
del
ritual como cancelados mapas o simples camuflajes de las mordeduras.
Uno
piensa cada día en toda la fogata del braceo, en los corales invisibles
de
las hilachas, en el mundo perfecto de la ceniza y la sombra,
en
todo ese mundo de rebuznos hincados,
tan
real como los talleres grasientos de automotores. Cierto como el musgo
que
cubre tantos entierros y cuadernos de paralítica tinta.
En
la orilla de las aspas de los sueños, las momias aprisionadas en espejos.
Alguna
hora de barcos, los cuerpos como una golondrina disecada.
Siempre
es posible platicar con la muerte para conocer sus herramientas.
En
la inquietud del silencio, nos muerde esa sensación de peces invasores.
Desconozco
si palpitan en lo inmóvil.
Me
resigno al cardumen: debajo de la piel, el alarido del barbasco.
Y
todos esos nombres a los que ladran los chuchos desde el más allá.
Quizá
en algún sitio necesitemos escalera para subir al polvo de los esqueletos.
O
bajar a los cielos hundidos del estanque.
Quizá
haya necesidad de juramentar la nostalgia o la extremaunción,
morder
algún brebaje de sombras, o inventemos otro catecismo.
Lo
cierto es que cada noche, nos desenfrena la viscosidad de las pesadillas,
la
danza malparida del estiércol, el cadáver oceánico de las aguas,
y
esas tantas medidas cautelares, que no llegan ni siquiera a luz perturbadora.
Barataria,
23.VI.2016
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