Imagen cogida de la red
DIBUJO DE LAS DISTANCIAS
De los
zapatos a la sombra de uno, sólo la huella de aquella lumbre de ocote.
Las rejas
gratuitas del tiempo, me temo que no sirven para torniquetes,
tampoco para
alcanzar la ruta del ombligo, o el andamiaje cárdeno
de las
palpitaciones, allí donde se funden todas las reminiscencias, por cierto,
los
presentes, los futuros. Allí donde crece el diluvio de sal.
Al final uno
da por cierto que no hay distancias próximas, sino vastos espacios
en los que
se entrecruzan esas extrañas distorsiones de la madera.
Uno a veces
quiere escapar de los propios bolsillos, de la falsa igual
que se nos
quiere vender a borbotones, de los rostros que simulan infinitos.
Nos muerde
la hipermetropía de la abstracción.
Ante el tabú
de los altares sepultamos el vómito que arrecia entre nosotros.
No es cierto
que seamos cosmopolitas cuando alrededor nuestro
están
atiborradas las aceras de tiliches, y caminar es un huevo entre tantas
aceras
sucias y calles de impura espesura. Sólo es ciertas el ascua.
(De otros será la claridad y el confort, toda el
alba y su materia primera.
Todo tiene el resplandor de la sombra, el acaso
corpóreo del granito.
Hay al menos dos mundos desde los cuales cada boca
huele diferente.)
Los estiajes
son cárcavas provocadas por la noche y el día, por el cambio
peligroso de las
estaciones: siempre la distancia obra entre nosotros
como la
aridez, como el pasto que se aleja de cualquier luz.
En la
arrugada voz de las conjeturas, todos transpiramos lo intangible.
─Vos, sos la
afirmación de lo irremediable y el principio de mi orfandad…
Barataria,
09.VI.2016
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