Imagen cogida de la red
CUADERNO DIURNO
Para Pere Bessó, amigo entrañable
Además
de la piel y los guijarros, llevamos gastados varios puentes de tinta,
y
volcanes de centenarios cansancios, y
candados en la boca de anteayeres
que aún
perviven en el camino de filo de las uñas.
Parece
que las palabras saben más que el juego de los niños en el patio
del
juelgo: uno sueña con todo ese puñado de sombreros que nos trae el cierzo,
diminutos
surcos de tinta abriéndose ante aquella
ventana del frío,
altos
techos de ternura en la urgente locura del viento.
Yo, en
la carpintería del poema, en ese cuaderno no incinerado de la madera,
en el
follaje de la hoja de otoño de mi pellejo,
sobre
este galope de niebla mordiendo el orgullo nacional, ese otro mundo
que
desmesura mis sienes como el galope de caminos en la memoria,
como el
hambre confesa pernoctando sobre las espinas.
Ya me
he acostumbrado a rehabilitarme de las incógnitas, de los filmes
que
engendra la noche. Siempre he estado preparado para partir.
Supongo
que la oscuridad ha endurecido mi camino, en el pie, sin embargo,
el
regocijo que provee el silencio, años de calles y sastrerías,
acaso
úteros de amarillos sangrientos, acaso niños como yo, torcidos
por el
ojo del infierno. (Arde aquella desnudez
revestida de gusanos.
Y sin embargo, aprendí a decir buenos días a
los diferentes retratos de las aceras,
a la ropa común, o a los trajes, a los
rincones de la transparencia,
al estornudo oscuro de la escuela
y a los azadones del mundo.)
Cuando
escribo, allí, la hoja de papel rasguña mi aliento hasta sangrar…
Barataria, 2016
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