Imagen cogida de la red
METALES CIEGOS
Nos confunde
la órbita oscura de las luces ciegas de la soledad: el fósforo
sobre la
piedra calla, como la pluma del aliento que se desprende
de las
esquinas de los metales, de la fría cobija de los andenes y su paraguas
de zozobra. Suda
el cadáver inmóvil cuando cruza el sudario roto
de la
lucidez, cuando bracea los límites de escamas de La sospecha.
Uno no sabe
a qué atenerse ante el callado ahogo de los excesos ardidos
de opacidad,
ni qué contradicción es la más racional dentro del laberinto
del excesos
o espectáculo: después uno sólo ve el tartamudeo
de la
lozanía, y su menguante de mudanza fiera.
Llegados al
punto ciego ─no obstante─ de lo insensible, la confabulación
sigue como
el moho de los resortes en la boca,
como las axilas
insólitas del traspatio: ¡cuánta dolencia destapada!
Tantos días
de semana llenos de tiliches, que es imposible escupirlos.
Tantos,
quizá, entonces, degollados. Tantos lavatorios y jorobas.
Tantos,
acasos y estrías y crímenes, en el costado. En la habitación del sinfín.
Sólo
alumbran las jaulas del espejismo en su fiera rotación.
Aprietan los
espejos con su envoltura de cuchillos.
Para
entender este fuego cruzado de metales, me disperso como una mosca
en medio de
la penumbra. Como el ijillo en lo inmóvil del esqueleto.
Mientras
siguen los cadáveres con su locura, me oigo en el escapulario.
Acepto mis
ojos ciegos, ahora sobrevivientes de
muchísimas mareas…
Barataria, 2016
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