Imagen cogida de la red
ALTO OFICIO
Altos
inviernos los que se ciernen de adioses cada día. Las calles de la ciudad,
y su
puñado de horas comulgando con este oficio de salmuera,
ahí
donde la desnudez se cobra todos los sueños. A menudo caminamos indefensos,
en
medio de la alambrada que muerde la saliva, cerca del sombrero mortuorio
de la
sonrisa. ¿Dónde queda mi escritura con tantos cansancios?
─Debo seguir
reconstruyendo mi dentadura; galopa la tinta como un pájaro
incorregible
a lo largo de la garganta.
(Mañana, o no sé qué día, me sentaré a la
mesa junto con el público.
Mañana o no sé qué día, el poeta y su red y
el río, las duras aguas en la brasa
de la escritura, la hoja del puñal dentro del
cordero, el duro pavimento
de la espina, la limosna cansada de los
ciegos.
Mañana o no sé qué día, el infinito hurgando en las larvas de lo
hosco.
Mañana o no sé qué día, los pulmones siempre
abiertos, sin ningún misterio.
Mañana o no sé qué día, en el ataúd, la
gallina de los huevos de oro.
Mañana o no sé qué día, acaso el galope de
tinta en las regiones más oscuras
del ojo, esa otra agonía de los que nunca
duermen y saquean el tabanco.)
Escribo
sobre los jirones enlutados de las ventanas.
Escribo
desde la mano de nadie: sólo me sostengo de las ramas de mi fuerza,
y
festejo con banderas, las colillas deshechas del miedo, los dedos del viento.
El
poema pone la rosa de miel en mi boca, la tierra y sus aleteos de pecho.
─Todo sin saberlo, las
municiones y la ráfaga de luz del cierzo…
Barataria, 2016
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