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TRAVESÍA EN EL ESPEJO
La magia del espejo, nos vuelve criaturas diferentes: los aleros del subconsciente tienen su propio lenguaje, digamos que es otra forma de la labor de los sueños, la utopía que pastorea en nuestras sienes. Atravesamos con elocuencia los racimos del respiro, la Democracia de la saliva con todas sus suspicacias, la religiosidad a la locura que se apodera de la sangre invertebrada; luego vienen los escrutinios, los meses de eufemismos y hasta los relámpagos rotos que cruzan la conciencia mientras caminamos sobre las telarañas del horizonte. A menudo no existe una medida justa para alcanzar los candiles construidos en las chozas de las hormigas, ni la inocencia se nos vuelve un regazo destinado para purificar los bosques. (¿Cuánta zarza debo apartar para no oír el grito? ¿Cuánta niebla cae en los vidrios rotos de algunas caricias sin legumbres, cuántos disfraces debemos transitar para llegar al rostro cierto? Los ojos se vuelven densos en los esparadrapos, bocas marcadas por los cimientos de la noche?) Todo va sufriendo una especie de arrepentimiento, la memoria entre alimañas amargas, aquí ciega herradura de la mueca, postrera en su soslayo. Cada vez, la travesía es un absurdo, un diente de amarga sordidez. Ante el filo que escarba como una bestia, nos reímos, sin embargo de la tuberculosis que nos muerde el espinazo. Cada día el espejo muerde las entrañas.
Barataria, 04.VII.2012
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