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RAMA TUTELAR
¿Quién nos ampara después de todo, en este cómputo de altares y telares con telarañas y ojeras? Tenemos la sensación de que es la noche la que nos favorece y no la luz, el abismo y no la altura: susurra la tormenta pestañas postizas, nos muerde los calcañales la onomatopeya, el amanecer es un extraño mimetismo del rímel. Allí, en el intersticio de los dientes, la franela del sol atiborrada de colillas, artificios grises en el ojo de las palabras, féretros de obtusa saliva. ¿Quién, entonces, es nuestra rama tutelar, la luz con rostro entre miles de habitantes? ¿Es la gota de las monedas echada a la buena suerte, el océano degollado del amor, las diversas caras de nuestro tiempo, la bacinica con hormigas, el tobogán de la risa famélica? ¿Acaso lo es la eternidad aun cuando ya no sea novedoso resucitar al tercer día, ni al séptimo? Hemos llegado al punto más alto de la sombra, a los pañuelos retorcidos por la nostalgia, a la fluidez de la polilla en el café amargo de cada día. ¿Quién nos protege frente al magma que nos quema, a ese fuego letal que forcejea con nosotros, al confeti del escombro de los ascensores? Por suerte, todavía tenemos vocación por la utopía aunque la costumbre sea una constante ciencia de fósiles. Ahora abramos el telón y cerremos los ojos: empieza a desafiarnos el Universo. El único amparo posible es la función de la ceniza.
Barataria, 19.VII.2012
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