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PARÁBOLA DEL SOSIEGO
Después de peregrinar, viene el sosiego, el crisantemo de la sombra como un palomar de aires quietos: ante cada mañana se alza una forma diferente de la Esperanza; no es la espina ni la herida ni la muerte, sino la copla del caracol en el corredor de la casa el que abre las persianas del incienso. Ya no he de partir, me quedo. Me embruja la tortilla diaria de la perseverancia, la memoria que todo lo puede cuando quiere, la luz que ya ha derretido el pañuelo con el conjuro de las constelaciones florecidas. —Atrás quedan los trocitos de pánico, el desierto y todas sus maletas, sólo conmigo las manos conquistadas de la claridad: el destino tiene, sin duda, su propio vértigo y contrastes. Para mi vida, la misericordia y la justicia, la fragancia del resplandor de la aurora. En los días del juicio final, habrá alegrías y soledades. Mientras tanto, cierro los ojos para ver la alborada del viento sobre las aguas del mar, los veleros que parten, los trenes que se quedan en las estaciones, las palabras antiguas como las primeras bocanadas de fuego. Casi ha desaparecido por completo la ternura; ahora nos asisten rebaños y el galope de sus cascos. ¿Hay conciencia, acaso, de este mal que nos magnetiza y nos hace respirar esquirlas? Cada conciencia que se mire al espejo, allí, encontrará la cripta de su propia imagen.
Barataria, 13.VII.1012
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