Imagen tomada de la red
A PARTIR DEL ESPEJO
Allí, a partir del espejo, los días acumulados en la lluvia austera del rostro que transita lenguajes tristes: allí el tiempo como una antorcha de incienso, caminos, oscuridades, indiferencias, calles ofrecidas con trajes de luto, disfraces como una plaza cóncava; después, siento candelabros a mi alrededor como los juegos del barbero y sus tijeras casi al punto de cortar los sueños. Todo es posible aunque el enigma se torne abigarrado y el paisaje una intrincada tiniebla como un rastro enredado en los cascos de los semovivientes. Luego me sumerjo en el cuaderno de la sal, en la alacena sin revelarse y hasta en las ciudades que duermen con cadáveres en la boca. Toda la arcilla es grotesca en las sombras: somos también esa sombra geométrica de la arcilla, la solemnidad estéril de las tumbas, la sombra sobreviviente de la muerte. No me cabe duda, sin embargo, que hay demonios ciegos hurgando en los oscuro del pedernal esculpido en los sueños. Todo espejo abre otredades y resplandores y quizá no nos percatemos de ello: lirios de callado blanco, manos disueltas en la salmuera del sollozo. En la parte que me corresponde, —mientras espero la imagen insinuante—, ofrezco a mis manos el rumbo audible de los disfraces, la lucidez nacida del ala, el resplandor sin disimulo de mi boca. A partir del espejo, entonces, hay un mundo acuñado en el espesor de la brasa o, en todo caso, un sendero del propio desvarío.
Barataria, 29.VII.2012
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