En los dedos del agua, la lluvia de siempre de los alhelíes,
cuerpos a la orilla del abismo quemando las ropas duplicadas
del tiempo, el deletreo amargo de los limones que trae consigo
es destello de los ojos cuando despunta la claridad de los gestos;...
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DELETREO DEL ALHELÍ
No creo haya sido inútil
Abrir los brazos a una tempestad.
IRINA OJEDA BECERRA
En los dedos del agua, la lluvia de siempre de los alhelíes,
cuerpos a la orilla del abismo quemando las ropas duplicadas
del tiempo, el deletreo amargo de los limones que trae consigo
es destello de los ojos cuando despunta la claridad de los gestos;
el miedo es una tormenta de palabras sin sentido: descubro
el aliento alrededor de la madrugada: hay tanta distancia
de aquí al poema que toda realidad me deja perplejo,
quizá porque siempre me pierdo en la duda habitada en el asfalto.
El polen termina siendo una ausencia de ventanas,
por más que me empeñe en deletrear el pecho; insomnes,
los cuchillos se clavan en mis sienes. No dejo de ser esa demencia
conforme lo dictan los preceptos de la soledad:
la cotidianidad me aburre, los manuscritos colgados de las paredes
me causan zozobra. Por eso a menudo prefiero hablar de los silencios
como una especie de sahumerio sin equívocos.
Ya he perdido, también, la brújula de los convencionalismos,
la certeza de la flor que acompañe mis ensimismamientos.
Ya nada es como fue antes, por más que las invocaciones lleguen
a feliz término. He descubierto tantas cosas a través
del cimiento de las aguas que prefiero no abrir otra caja de Pandora
para evitar calamidades mayores a lo ya vivido.
En derredor los rostros ajados de las sombras habitan las ventanas
y anticipan los sueños invertidos del anhelo; aprovecho los días
de lluvia para mojar los interiores de la mesa, y hasta cierta zozobra
que deambula en el ambiente
como un clamor de enredaderas. La trama de estos días
es mucho más compleja que el semoviviente que es llevado al matadero;
por suerte no le hago caso a las disonancias,
ni le pongo atención a los sumarios de los trenes, a los vagones
imposibles del sigilo, a esa extraña fronda de la yedra.
Todos los días camino entre faroles apagados: prefiero la certeza
de la oscuridad, al mar resplandeciente y con aldabas;
ya lo he dicho: cualquier marea ahoga las fotografías, el ojo pierde
su permanencia en las semanas,
la alquimia se nutre de esparadrapos. Aquí, así es la forma
del silabeo, extrañas lámparas encabritan los recuerdos, rostros
densos, como un pañuelo hecho de sollozos oscuros.
En definitiva, hay cierto narcisismo en las postales que veo en medio
de la escarcha del calendario; lluvias irreales con respiración
de calcetines, templos de no sé endurecida madera, emergen
de la marea y el fuego; después de todo, el pecho es una isla
en cuya creación deposito mis raíces, este deseo de ser siempre exiguo.
Barataria, agosto de 2011
1 comentario:
Buen blog y hermoso poema, grato encontrar un exergo de uno de mis textos. un saludo afectuoso
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