En el hueco de los balcones, las ventanas como pólvora palpitante
en el rostro; bocas en la rama del viento, caras con un muro
de sombras, pero también con el agua tendida del rocío.
En cada profundidad, la mano indaga las oscuridades del fuego,
aquellos rostros que se adentraron en el pozo oscuro del humo:
French Canyon Waterfall Starved Rock State Park Illinois
Imagen tomada de miswallpapers.net
CAVIDAD DE LOS BALCONES
Adquiero la huella de la vida y de la muerte
en el aire líquido.
ANDRÉ BRETÓN
En el hueco de los balcones, las ventanas como pólvora palpitante
en el rostro; bocas en la rama del viento, caras con un muro
de sombras, pero también con el agua tendida del rocío.
En cada profundidad, la mano indaga las oscuridades del fuego,
aquellos rostros que se adentraron en el pozo oscuro del humo:
días de indecisa madera, hijo de tantas oscuridades como la oruga.
He venido hasta derramar las palabras en círculo, atinando
en cada moneda, el golpe de dientes de la almohada, quemando
Los rincones de la sábana, mordiendo la sangre del invierno en cada
cavidad; y tardo en este confuso laberinto
donde se pierden los jardines, sonrío de embriaguez ante las nubes,
húmedas quemaduras sin sortijas ni escaleras para deslumbrar
o hundirme entre calaveras, entre las letras del trueno, hondo pinar
de torbellinos y ausencias. Cavo en la propia agonía del sueño.
Cavo en la esquizofrenia del post scriptum,
en el cuero sacudido de la tierra, en el caballo escondido de los relojes,
en este lupanar de bellezas subterráneas,
en estos zapatos que no mudan de pasto, ni de minutos, ni de traje.
(Yo me quedo, por lo demás, en esta suerte de recuerdos:
siempre supe que los balcones son formas de trenes silenciosos,
cordeles para sostener el aguacero, brazos quemados de luciérnagas.
Siempre entendí así el hambre: ciega embarcación de las tortillas,
caminos procreados por el asedio,
intestinos donde los alelíes se ahogan, hasta sangrar de oscuridad.)
Aquí, la misma suerte de la luz en las catacumbas; a menudo,
el inframundo de la destrucción, las pupilas engañosas del polvo,
el otro silencio en barrotes de cárcel.
¿Quién ve el desvarío como un féretro maligno, bestias profundas
del frío, sucesiva saliva de herraduras, decapitadas escaleras del fuego?
—Hay también pantanos en esta suerte de cavidad: sacudidas
de almas y golpes de pecho, días negros con etiquetas,
grises páginas atravesando vagones de tinta, promontorios de violines
sacados de los murciélagos,
nombres que olvidé en el continuo trajín de los calcetines,
manzanas de humo del efecto invernadero, ciertas locuras igual
a muchos anuncios publicitarios: locuras a fin de cuentas,
ajenas a la poesía. (Nunca pensé que la tristeza careciera de letras
de cambio o algún tipo de remuneración; aún siendo ingenuo, jamás
imaginé féretros con balcones alimentando noches sucesivas.
Jamás pensé, que cada cavidad, fuese la atarraya del calendario,
el arca donde palidece la leña, la puerta al sabor amargo de las raíces,
el agua oscura donde se petrifica el alma.)
Barataria, agosto de 2011
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