En la pira del firmamento, el cactus del desvarío, —raíz toda
de sed y abismo, en los brazos amarillos del ansia, la hondura
inagotable de la luz, el fermento que brota de la lengua y se esparce
por la aurora. Nada es fortuito cuando el búho, con sus armas,
interpreta la historia de la somnolencia y los cataclismos;...
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EL FIRMAMENTO EXHALA RAÍCES
Pongo otra copa dulce aquí en mi mesa
y rompo el vidrio gris de los recuerdos.
JUAN JOSÉ VÉLEZ OTERO
En la pira del firmamento, el cactus del desvarío, —raíz toda
de sed y abismo, en los brazos amarillos del ansia, la hondura
inagotable de la luz, el fermento que brota de la lengua y se esparce
por la aurora. Nada es fortuito cuando el búho, con sus armas,
interpreta la historia de la somnolencia y los cataclismos;
debo pensar en las pestañas mórbidas que se abren al trasluz
de mis pupilas, en la espuma de las velas ancladas en el nido
espectral de los pinos. Debo pensar en la roca del suplicio,
en cada escama alrededor del camino, noches, días, sin rostros,
ataúdes del viento cósmico,
absurdos dedos del infinito sobre la mancha descalza del páramo;
días de raíces inciertas brotados de la arcilla del pabilo,
del chupamiel tosco del tránsito, —ardidas regiones del aliento,
donde el firmamento sólo existe en el sollozo, en el regazo de azúcar
del seno prohibido, en la ansiedad que venció a los muertos para siempre.
(Debo pensar en tantas cosas a la luz del firmamento:
en los candados que le puse a la caligrafía, en los brazos
que vencieron mi orfandad, en toda la harina de los pretéritos,
brasas que despejaron mi silencio;
estas y otras cosas, han hecho de mi viaje, ese ungir de sal las manos
y asir el ojo de las palabras hacia mi pecho.
He viajado sobre la rima del ala, a veces subterráneo como un riel
oscuro de mutismos y lo hondo de la flama que a menudo
al expandirse, desborda en quemadura.
Huyo de la superficialidad del aceite; a menudo me agobia la racha
del desvelo, el viaje de la espuma haciéndose suspiro vehemente.
Huyo de la orilla de la noche cuando cambia de rumbo,
de la sombra que algunas veces inventarean las caricias;
huyo de las lecciones de caries de la noche, del pecho roto, de la arteria
que dejó de ser bosque en el viento
y ahora es simple remedo de aguas y mudos huertos.)
Para ver lo indefinido de este firmamento me sirven los espejos:
la negación al desamparo, el desdén que produce la orfandad.
Al final, me río de la negaciones de las agujas; me río del asedio
de las raíces, de ciertas aguas que van a parar al plato de la indigencia.
Me harta el eco de los muertos, el rezo hacia los vencidos;
callo con mis propias cicatrices, las que he ido acumulando
como un paciente coleccionista de objetos viejos;
la piedad es una sombra a deshoras, es nada en la leche del tejado.
Por eso no me fío de las palabras transparentes: debo llorar
frente a la inconstancia de los brazos,
—cada crepúsculo quema la ternura; y si no lo hace, es tardía
su presencia, para alzar los relojes del eco y quitar la aldaba a la voz.
Barataria, agosto de 2011
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