Voy ciego a mi propio retorno. La voz como un paraje mustio,
nombres que perdí en la febrilidad del reloj,
rostros andados por el desgarramiento de la garganta.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
CAMINO DEL OTOÑO
los presagios
lavados por la lluvia,
son una luz muy pura.
JOSÉ CORREDOR-MATHEOS
Voy ciego a mi propio retorno. La voz como un paraje mustio,
nombres que perdí en la febrilidad del reloj,
rostros andados por el desgarramiento de la garganta.
Existen hoy tantas distancias a lo que fue el trasiego de la trinchera:
ahora son días para cruzar el olvido, el devaneo de las gaviotas
en las pupilas, la tarde que viene a su capricho
por todo el amanecer que se va esfumando también de las palabras.
El pan de las campanas me hace recordar las distancias,
el rocío en peces azules, la primera risa del azúcar.
¿Hacia qué abismo o tedio me lleva tanta embriaguez?
—Hoy sosegada brisa sobre el taburete doméstico del sueño,
río a tientas con la ceniza en las sienes,
pecho que los dientes ha trizado en lo oscuro, sobre la hora
aferrada a la piedra. Camino a tientas y balbuciente.
La ceniza va llenando de abanicos mis sienes; lo sé ahora
que han crecido en demasía los cipreses, el enredo infame
del espejo, estampado en mi esqueleto.
(Han sido años de pulsar la noche desde mi ventana:
ver pasar sueños, domesticar el frío y el asombro,
con todos los goterones del alma. Días de cruzar calles y rincones,
fotografías deshilachadas del susurro,
puñales que yo mismo afilé con el tanteo de mis manos;
ahora dejo que mi respiración repose detrás de los recuerdos,
ajeno a la lava, al arrebato,
a todo lo que fueron las aguas de otro tiempo.
No me resisto a esta cercanía del crepúsculo, nicho de invisibles
respiraciones, adolescencia que me respiró en la saliva,
niñez antigua; ahora herrumbre, piel desclavada del jadeo.
Yo mismo busco la consumación de mi camino final:
buceo en la oscuridad a sabiendas que al final del túnel,
hay una luz de espigadas campanas, quizá otros faroles
con nuevas brújulas, con otras cartas para navegar en el infinito.)
En el fondo, ganan las aguas a los peces.
El ojo del pájaro encendido, todavía, se precipita
a jirones; exhalo la tinta de los relámpagos, la catástrofe
del pecho, los días de matorral del cuerpo buscándole nido al pabilo.
No sé dónde comienza la sal del sollozo, si en la redondez
de los viajes o los tropezones.
No sé hacia dónde van los caminos, ni los adioses que dejaron
su huella en mi pecho, ni el azul del semen en primavera.
No sé en fin, cuándo la memoria apaga las luciérnagas,
y el pañuelo cumple su función inacabable de relojes, piscucha
con el agua líquida de la historia.
Sé, sin embargo, que oscurezco según pasan los días…
Barataria, agosto de 2011
2 comentarios:
"Pasan los días y oscureces", pero tu palabra ilumina el llanto del mundo y de los hombres. Sabes transitar los espejos de la nada y los caleidoscopios del todo. Navegas en metáforas dormidas más allá de la lógica. Estallas con los versos que afirman una vida verdadera, más allá de las máscaras.
Felicitaciones
Ana
Gracias querida poeta, por tus palabras y por tenerte aquí en este Cielo, de sueños y luces invasoras.
Un fortísimo abrazo,
André Cruchaga
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