Vuelve la estación del peregrino a sonar en el arca
de los sentidos, la canela en el olfato deja una luz perenne,
el olor amarra los cuerpos, la espiga florece renovada
del pétalo que se cierne, templada en las escalera de los poros;
el estío me deja subir a la llama del altar,...
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POROS DEL ESTÍO
y viendo los caminos que hemos hecho
somos nuestros desechos.
HOMERO ARIDJIS
Vuelve la estación del peregrino a sonar en el arca
de los sentidos, la canela en el olfato deja una luz perenne,
el olor amarra los cuerpos, la espiga florece renovada
del pétalo que se cierne, templada en las escalera de los poros;
el estío me deja subir a la llama del altar,
al afán agreste de respirarnos invisibles bajo el tronco
de los árboles. Todo nos pasa, ahora, por ojos y manos,
el horno de los poros en los que nunca atardece porque la sangre
es encendida flama; fluyen los sentidos como dos vientos
en la misma vértebra, como una boca suficiente en el arroyo.
A veces es implacable el bosque vuelto carroña,
el tiempo volcánico en el tránsito hecho humo, las vértebras
del chispazo, el tatuaje inútil de los meses,
inventarios falsos en el sopor,
puertas enloquecidas por la angustia que produce la conciencia,
en medio de sospechas y torturas similares a la muerte.
De pronto la hipocresía hace presencia, hace ademanes
de fraternidad, como vos, azogue sin fraternidad, letal penumbra
del tuétano que nos corroe,
a menudo contienda de dos sombras de contrarios;
hay abejas en derredor nuestro que lamen las esquinas del templo,
esta desnudez siempre quemada del estío,
la colmena a punto de ser telaraña.
Nos hace falta agua para humedecer el tarro de la misericordia,
reír al pie del pálpito de los eucaliptos, desbrozar el miedo,
y subir al pasamanos de los ríos, a la corola del júbilo,
al vientre del minuto donde hay lagos, amplios corredores de balcones
y vasos, sueños que aún no han sido rotos por la ceniza.
Siempre estamos tropezando torpemente en el trayecto de la espina;
el asma del declive nos arrastra,
nos envuelve en formas de desencanto, en nieblas de indecisa
páginas. Sé que la vida, por desgracia, es vertiginosa lección;
de pronto, no nos salva, nos hunde el riel oxidado de los meridianos,
la latitud del descarrilamiento, la antítesis del alarido,
el grito, por cierto, de algunas doctrinas que por su inconsistencia,
la historia ha convertido en falacias;
pese a todo, en la marcha, todavía hay correlación de pétalos,
bocas que me recuerdan un litoral preciso, puertas sin miedo,
estíos inefables donde el poro esgrime el azúcar de la sangre.
Todavía existen poros duplicados en el estío del cuaderno, en ese
otro caminar de las pupilas en el costado.
Ninguno deja de ser destino en la arteria de los días.
Ninguno deja de ser terca guarida en este espejo del quebranto.
Barataria, agosto de 2011
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