lunes, 1 de agosto de 2011

EQUIPAJE EN LA ESTACIÓN NOCTURNA


En la ilusión del polen, la estación nocturna del equipaje,
los agujeros en la saliva oscura de las estatuas, la lluvia póstuma
en los paraguas de los trenes, la bruma que sólo explica el abigarrado
 semblante de las pupilas, la espera que no sé a qué manos llega,
páginas olvidadas en las bancas de las estaciones;...
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EQUIPAJE EN LA ESTACIÓN NOCTURNA






solo yo con mi vida,
con mi parte en el mundo.
LUIS CERNUDA




En la ilusión del polen, la estación nocturna del equipaje,
los agujeros en la saliva oscura de las estatuas, la lluvia póstuma
en los paraguas de los trenes, la bruma que sólo explica el abigarrado
semblante de las pupilas, la espera que no sé a qué manos llega,
páginas olvidadas en las bancas de las estaciones;
valijas humedecidas por las palabras, ojeras como un atroz relincho.
Hay cuerpos unánimes perdidos en la antesala del silencio;
existen imposibles que reposan en cada maleta del suspiro:
muslos caídos al borde del piso,
ceniceros gastando colillas trémulas, hondas palabras de humo,
lámparas como bosques apagados, boinas de sueño y recuerdos,
alas que nunca encallan en la felicidad,
sombras reptando en la sangre: ¿habrá, después de todo, un mundo
posible para las parábolas y manos para sacudir las pesadillas?

Hay caminos parecidos a los cuchillos; dunas de cuerpos tapizados
por el ansia, bocas impunemente jugando a las piedras.
Cae la oscuridad en los ascensores, mientras el fuego consume
los fantasmas; en los recuerdos, el beso sobre la sábana, el lecho
de dos acercándose a la hojarasca,
los ojos al borde del poema.
De pronto es una locura, aquí, fiarse de tantos artificios, masticar
tantas ausencias, escapar sin preguntas después de todo,
tocar suavemente el reloj como si nada pasara,
seguir a la noche, adormecido por las pantomimas del sistema,
y hasta ser yo, mi propia tortura, la burbuja que excede mi universo.

Cuento el suplicio de los brazos que no me encuentran,
el feto que soy en la oscuridad del aullido,
el cuerpo en las rodillas de las agujas, el cielo bajo el fustán
de mi escritura: la boca traga toda las impurezas de los himnos,
el zodíaco desdentado de los círculos, el poliedro de la ola fantasmal
en las sienes, los periódicos como excusa para no pensar
en las esquinas: hay de pronto tantas figuras como la espuma,
sombras más cerradas que el bosque,
perros policías hundiendo su hocico en el estiércol.

Desde luego hay sueños: juguetes, falos, limosnas, sumas y restas,
estanterías donde se guardan cadáveres, tamales de pato
tercamente deshechos en el retrete,
juguetes oscuros que no entiendo en medio de la podredumbre;
fantasmas en el neón de la extrañeza. A este ritmo de tantos
transeúntes, invoco el sosiego; apelo al azúcar de mi abrigo, compañía
fiel de mi pálpito, balcón de mis extremidades.
En cada estación nocturna, lleno de oscuridades mi equipaje,
con la costumbre de volverme inmóvil en el asfalto…

Barataria, agosto de 2011

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