jueves, 25 de agosto de 2011

CLARIDAD ABSUELTA


El libro de la claridad absuelta constituye la lección del desenfado,
cuando la geografía de la tinta, alrededor, deja de ser la flecha curva
del horizonte; el tiempo es un labriego de auténticos fragores,
el paraje casi litúrgico de la piel, cada pálpito que ronda mi presente,...
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CLARIDAD ABSUELTA




Es el pórtico donde la idea alza la frente
luminosa y el templo de sus ritos penetra.
RUBÉN DARÍO




El libro de la claridad absuelta constituye la lección del desenfado,
cuando la geografía de la tinta, alrededor, deja de ser la flecha curva
del horizonte; el tiempo es un labriego de auténticos fragores,
el paraje casi litúrgico de la piel, cada pálpito que ronda mi presente,
sin olvidar el tejido de los pretéritos: quedo libre, ahora,
para la búsqueda de los arcanos, el galope de la emoción es otro:
siempre el destino tiene resquicios y sandalias, tiene vértices
y flautas, afuera ha quedado el talud del cataclismo,
o al menos el zarpazo encabritado. Antes me rendí ante la sombra
y la oscuridad, hubiera preferido veranos e inviernos descomunales
y no el cauce de tantos aluviones.

Tal vez esta claridad liberada sólo sea, el paso hacia otras
eternidades más dúctiles, las palabras que tienen tiempo y olvido;
la columna vertebral de las raíces, el labio desnudo en el tránsito
del pájaro, espasmo súbito, acaso de la historia.
Entre esta claridad absuelta y yo, el juego diestro de los dedos
del aire, el destino de la lluvia como un dios vegetal de la memoria;
con cada mano trasiego el aire de todos los días:
cada residuo de tinta lo deshago en las paredes de adobe de la mesa,
donde soy un comensal más de los juguetes de la vida;
sobre el taburete dirimo mis propias querellas:
sucede que en la luz, también se dibuja la muerte, el pozo
de la noche, los colores calcinados de tantos adioses que han hecho
herrumbre el aliento.

Quizá esta claridad liberada sea, para que maduren en el poema
las palabras; para que vislumbre a tiempo cualquier caída,
el musgo sobre el techo, las calles de piedra en la sangre,
doda substancia impropia que se junte a los pensamientos, —callo
al llegar a las esquinas, muerdo la ausencia
de la ciudad, a veces la espuma que brota de la soledad.
Me cuesta entender el subsuelo de las vocales, quizá porque hacía
ratos, había perdido toda la noción de los altares;
ahora fluyo liberado de los epitafios. Al menos eso creo frente
a la flama, fuegos que alimentan páginas sin límites.
Tal vez dure la alegría. Tal vez sea efímera esta sensación de libertad;
en todo caso, debo aprender a vivir con mis fantasmas,
con el entrecejo deliberado del espejo, a sabiendas que el destiempo
se ha vuelto pústula en mi futuro.

Voy, pues, buscando el equilibrio del relámpago, enumerando
la saliva y el jadeo, los límites que me separan de las llaves hipotéticas,
de cuanto ya no cabe ni pertenece a mis brazos.
Al final, seguramente, las cerraduras se vuelven autónomos objetos
En el itinerario del horóscopo, en el aire redondo de las monedas.

Barataria, agosto de 2011

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