martes, 16 de agosto de 2011

ANAQUEL DE LOS MUELLES


Llaga es este tránsito sobre la madera de los muelles, viejo hálito
amarrado a la espera, anaquel arrimado a la medialuz
del minuto de la niebla; junto al agua,
el rostro incesante de las gaviotas, el jardín de sal
persiguiendo los ojos, la certeza de los cuchillos grises,...
Imagen tomada de Miswallpapers





ANAQUEL DE LOS MUELLES




Más sólo soy un hombre en la ladera,…
VICENTE GAOS




Llaga es este tránsito sobre la madera de los muelles, viejo hálito
amarrado a la espera, anaquel arrimado a la medialuz
del minuto de la niebla; junto al agua,
el rostro incesante de las gaviotas, el jardín de sal
persiguiendo los ojos, la certeza de los cuchillos grises,
incesante dentro del cofre de la noche que se avecina.
Siempre me quedo aquí para pensar en el pretérito de las palabras,
en las palabras que nacieron de no sé qué afluentes, de no sé qué
espumas, del colibrí agudo del invierno.

No sé cómo nombrar la lluvia que cae en los muelles. El remanso
en la garganta, la taza de viento donde fuma el entreceño, el sueño
que se apaga, cuando el olfato pierde su lenguaje.
Pienso en el niño que hay dentro del olvido: en el horizonte arrasado
por los montes de la noche diurna, en el diente que ha extendido
el vacío alrededor de mis sienes. Llevo muelles de luctuoso camino.
Llevo destinos buscando calendarios sin lágrimas.
Llevo la voz sobre la llaga de la lumbre, sobre el desafío
que me impone el pavor, la ceniza en el laúd.

(Aquí hay un estertor de fuegos, un viaje de vahos y aguas;
cuando amanece, relevo el alborozo, el agua acumulada
en la madera, los ocultos vuelos que siempre están ahí en el afán,
porfía, quizá, de mi propia angustia.
De otro modo no podría el límite que inunda a mi mirada:
los muelles aquí con viruta de espuma, la luz ancha, aquietada
del ala sobre la superficie, el anzuelo de este viento del suspiro.
Me pregunto si todos los incendios tienen ventanas,
o es sólo la flama la que desnuda los párpados, la que a oscuras
cala en las algas del sexo, en la música que juega a hojarasca.
Me pregunto si aquí, el alma puede golpear los barcos,
o si sólo conserva sonrisas líquidas, miradas que se pierden
en el delgado hilo de los pájaros.)

Un día quizá ya no seremos y lo sabes. Viajo en cada dedal del tiempo.
Cada soledad es un barco acompañado de sueños donde soplan
los resquicios de la noche del alma,
los cuadernos que juegan a veleros, la puerta hacia el designio;
cada anaquel es un espejo que persigue su propia escalera,
la huella que la flama nos dejó en el pulso.
Un día quizá estemos totalmente dispersos en los muelles
como las gaviotas, como el surco silencioso esperan al espantapájaros.
Cada soledad ha ido formando su propia estatura:
la alacena cada vez, pierde su color de brújula, el blanco nítido,
que nos hizo árbol obstinado.
Cada soledad es un planeta donde la ternura perdió su regazo.

Barataria, agosto de 2011

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