Adoro la trastienda del alba y el armario desnudo del tambor
del pecho, los sorbos de luz primeriza que palpan las pupilas:
cada latido me devuelve a mi origen, el paladar en la liturgia
de los meses, las sienes estallan en el reverbero,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
LABOR DEL ALBA
Hace tiempo
sabíamos reír
en una edad sin sombras
apretados
bajo el olor incandescente del cielo.
SAÚL IBARGOYEN ISLAS
Adoro la trastienda del alba y el armario desnudo del tambor
del pecho, los sorbos de luz primeriza que palpan las pupilas:
cada latido me devuelve a mi origen, el paladar en la liturgia
de los meses, las sienes estallan en el reverbero,
en ese ir clarificando las sienes, de pronto también, los poros
que deletrean el alfabeto del cuerpo.
La labor de todo poeta es caminar y adueñarse de los días que emergen
como un puñado de planetarios pezones, sin apagarse en presencia
del aroma, sin dejar de ser la madura luz que arrastra el labriego.
Ahora el alba respira en el horizonte con el más puro cuaderno
de ese vientecillo que enfría los ojales,
el agua ocular de los pilares,
la polifonía del pecho en la plataforma del fuego,
la tinta del badajo en la antesala de la caligrafía del balcón del día.
Celebro sin merecimiento la labor del alba, esta tierra afable
con la cual convivo en la diversidad de las semillas, —sitio desde
el cual, aspiro la ventana que abre el eco,
los sueños, las dudas, esta náusea de siglos y peñascos;
a menudo equivoco el sombrero de los sueños, tropiezo en el peñasco,
olvido también esa prisión de los contrarios (las categoría dialécticas
que para la poesía son trágicos sembradíos);
camino sobre el murmullo del césped que amanece y de cierto,
es reconfortante respirar barcos y trenes, ver germinar la respiración,
saltar la barda del ensimismamiento,
y acompañar con azúcar, este reloj de aguas donde beben
las mariposas la resurrección de la ceniza.
Cada mañana se abre un nuevo capítulo en las ventanas: me pongo
el lienzo del cierzo sobre los hombros, la magia del polvo,
líquido de los árboles sobre las hojas. El cuaderno de pájaros
de la caligrafía del murmullo,
la pedagogía de los árboles que remozan el trajín del entusiasmo.
No es casualidad que quiera emular la labor del alba:
el misterio de la vida consiste en entender en rompecabezas del sueño,
el Prometeo vivo del espejo, la taxonomía del aliento,
la flecha encendida de la claridad, el pétalo con todo su esplendor
de alforja, aun la sombra que avizora el espejo.
Lo demás está vedado por mis ojos: quiero nacer cada día, aferrado,
a la hogaza que me da el alba como una tortilla resplandeciente,
como una escalera de albahacas, como una mata de claridad
donde giren sin demora, la siempreviva del agua y la fragua.
De esta forma, inagotable, quiero la alcoba de un ombligo,
el pecho entregado a la tinta, la página como puñado de espigas.
Que nunca me falte el alba hasta que muera…
Barataria, agosto de 2011
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