miércoles, 5 de enero de 2011

LAS FRIALDADES DE LA VIDA


De pronto un día nos encontramos con todas las verdades desveladas:
—la transfiguración de los peces, la supervivencia en los feroces
mercados de la vida, las mutaciones del esplendor, el subdesarrollo
al nivel del cuello, los vacíos de las doctrinas sobre la desnudez:
hay tantas cosas, que de pronto los sueños se convierten en vaho,
Ilustración: Imágenes gratis



LAS FRIALDADES DE LA VIDA





—¿Es verdad? -preguntó Lehameau riendo—. Yo también, sabes —añadió entonces muy serio—, cuando tú estás conmigo, ya no pienso en el frío, en la dureza del tiempo.
RAYMOND QUENEAU





De pronto un día nos encontramos con todas las verdades desveladas:
—la transfiguración de los peces, la supervivencia en los feroces
mercados de la vida, las mutaciones del esplendor, el subdesarrollo
al nivel del cuello, los vacíos de las doctrinas sobre la desnudez:
hay tantas cosas, que de pronto los sueños se convierten en vaho,
(aquella saciedad de ríos sin unicornios,
las aguas colectivas en la resurrección de la ceniza. La historia
superpoblada de sombreros canónicos,
vos metida en los fuegos pirotécnicos de la oscuridad. Vos, intransitiva
en los párpados del frío, sin más consuelo que la penumbra.)
La alquimia nos alumbra en la flama de la sal.
Masticamos colillas en el reloj gélido del aliento. (No estás a mi lado:
la noche cubre la caja torácica de las begonias
plantadas junto al litoral de las gaviotas. ¿Dónde queda, después
de todo, el aleluya del orgasmo, el latido verde de los senos?)
nos conmueven los trenes ahogados en un cenicero, las semanas
sin domingos, los teléfonos, los chat enrarecidos de palabras.
Los nombres nos parecen vitrales dormidos en las luciérnagas;
en los armarios cabe la vigilia de los cipreses,
el candil devora el único aire que nos llega a los pulmones,
hay manos ahogadas en el pálpito del mar,
día a día nos enfrentamos a ese extraño desierto del pan, al aire
cuya somnolencia crepita como un pájaro moribundo.
Después de todo, hay tantos olores irreparables: la memoria lo sabe;
cada aletazo del tiempo nos cambia el paisaje. Cada día muere
en el otro día de la perplejidad, —así hemos vivido el trance de la risa,
las sábanas gastadas del césped,
el susurro del musgo, la ternura subterránea de la almohada,
el asombro masticado en la madera del sueño.
De pronto nos conmueve tanto frío laborioso: el cuerpo tiene horas
de hielo como ese desamparo de los poros en poros ausentes.
Por eso nos llenamos de demoras y monólogos. De miedos a existir
en fragmentos de llaves, —péndulos de exótica herrumbre,
calendarios de silábicas caricaturas,
o simples citas en la alambrada del pensamiento: hoy en día
son condición los desniveles, la queja extendida de los brazos,
la playa fúnebre en el náufrago, las hilachas de sal en el ápice
de la lengua, la copiosidad de los candados.
La negación nos tiembla en el aliento: —estamos hechos
De los residuos del destiempo, del gris de los silencios, de los delgados
Alambres de las paginas, vertical forma del ritmo de las piedras.
El frío nos devora con sus lecciones diarias de catálogos inciertos.

Barataria, 04.I.2011

2 comentarios:

Marian Raméntol dijo...

Fabuloso como siempre, André.

Con mis mejores deseos de un año repelto de satisfacciones, recibe un saludo
Marian

André Cruchaga dijo...

Gracias, poeta Marian, por tu comentario. Lo recibo con suprema gratitud y plena satisfacción porque sé lo grande que eres. Yo también te envío mis mejores parabienes hoy y siempre.

Te abraza,

André Cruchaga