Me matan los silencios y se desmorona todo: la página a mitad
de los espejos, los gajos de agua del minuto, la travesía del crepúsculo
con sus cuerdas de nylon, las ojeras de la sombra,
en las calles de los párpados, (todo nos consume como los puntos
suspensivos en la maroma extasiada del agua);
tus gemidos confundíos no tienen desenlace, ni la ceniza garabatea
la lengua a la orilla de los retablos.
Fotografía Jon Sullivan
EL CORAZÓN DE LA CENIZA
Tanto soñé contigo que mis brazos acostumbrados a cruzarse sobre mi pecho cuando abrazan
tu sombra ya no se amoldarán tal vez al contacto de tu cuerpo.
Y, ante la aparición real de aquello que me obsesiona y me gobierna desde hace días y años
me volvería yo una sombra sin duda,…
ROBERT DESNOS
Me matan los silencios y se desmorona todo: la página a mitad
de los espejos, los gajos de agua del minuto, la travesía del crepúsculo
con sus cuerdas de nylon, las ojeras de la sombra,
en las calles de los párpados, (todo nos consume como los puntos
suspensivos en la maroma extasiada del agua);
tus gemidos confundíos no tienen desenlace, ni la ceniza garabatea
la lengua a la orilla de los retablos.
No sé, tal vez de aquella noche brotan las calles quemadas
de la memoria, las ingles podridas de las lámparas,
el acto de desbocarnos en los calendarios del sudor, en ventanas
petrificadas, casi quemadas en las hormigas de la garganta.
Morimos acostumbrados al centelleo del polvo, —el molino de la espera
que nos taza la enredadera de los harapos;
saltas sobre el prepucio de mi esperanza, de esa ilusión que a ratos
en evidente solo en los espectros.
Ahora somos una sombra de irreal travesía: y sin embargo muerde
el cántaro umbilical de los sueños, las aguas encandiladas
de la ducha, la arcilla de la que estamos hechos;
nos ahoga cada escalera destrozada en la saliva, la barba despeñada
de las palabras, el murmullo vacío de los huesos:
nos acostumbramos a la espera, y en ese trance hemos convertido
las caricias en obsesiones de sombras,
en puertas de eternidades frías.
Casi nada nos afirma, salvo la esfera coja del miedo y el rincón
de alfileres de la duda, la inseguridad de la sonrisa entre rejas,
esta realidad distinta, árida en que gravitamos con las ingles rotas.
Contra todo pronóstico, hemos vuelto al corazón de la ceniza:
—eternamente ahogados en el tiempo, hondas noches en el silencio
de la arena, erizados por la indiferencia, o acaso, más ensimismados
en la maquinaria agónica del arco iris.
Ahora, quizá, ya no conozca tus poros, ni la boca que se amoldó
a mis palabras, ni las manos que recorrieron los meses del ombligo,
ni la ventana adentro sin paracaídas;
quizá de nada sirvan los anteojos nuevos, ni el chicle amoratado
de la espera, cuando el diluvio dejó las manos frías
y hay ceniza en las ventanas y el tren está al ras del suelo
como un semoviviente que agoniza en medio de guijarros.
—Hace días, meses y años, que las luciérnagas llegadas a la tumba
Se volvieron sombras. Así de sencillo musita el aliento…
Barataria, 08.I.2011
2 comentarios:
Estimado André: Es un extraordinario poema de amor, de desamor, que nos lleva por los recovecos del cuerpo amado. Un gusto leerte en esta galaxia de poemas.
Un abrazo fraterno
Querido poeta, te agradezco profundamente tu comentario. Siempre date una vuelta por este cielo, aunque sea a caballo.
Un abrazo,
Andre Cruchaga
Publicar un comentario