Ahora el tizne nos muerde como un puño cerrado, osamenta
del crepúsculo en la boca; es oscura la laboriosidad del tiempo:
la lengua sorbe los rieles estériles de los dedos,
las pupilas cocidas en medio de tupidas osamentas;
en cada ojo hay tupidas funerarias, y moscas de laboriosa brizna,
tumbas soñolientas donde los muertos no descansan.
Fotografía: Jon Sullivan
LABORIOSA HERRUMBRE EN LOS GOZNES
Ahora el tizne nos muerde como un puño cerrado, osamenta
del crepúsculo en la boca; es oscura la laboriosidad del tiempo:
la lengua sorbe los rieles estériles de los dedos,
las pupilas cocidas en medio de tupidas osamentas;
en cada ojo hay tupidas funerarias, y moscas de laboriosa brizna,
tumbas soñolientas donde los muertos no descansan.
Todo gira alrededor de ciertos sarcasmos,
los peces abatidos en su propio suspiro, las heridas
abandonadas de palabras, el perro retorcido en sus males endémicos,
con el umbilical de las raíces.
En torno a la leche de las bisagras, todas las bocas son mudas:
el aire derramado en las cloacas del hambre,
los fantasmas en casacas grises,
santificados al unísono por la herrumbre, multiplicados
en la carne del sonido, sobre la cruz del césped, en la fiebre que gira
dentro de la sal. Hay luces que trituran el rostro
ásperos cuchillos empapados de oscuridad.
La herrumbre trabaja sigilosamente en el silencio: nos da su pan
sombrío, los salmos en cucharadas de saliva;
parte de los sueños ríen salvajemente en la sábana corrosiva
de las mortajas con cabezas sorbidas por máscaras.
Las begonias nos persuaden de su aguda existencia; nos despierta
el árbol ensimismado de las simbologías, hasta suspendernos
en el vacío, en el hueco detenido de las hojas,
en el martillo de los recuerdos que nos muerde con sus dientes
demacrados, con la sombra plantada en la decadencia.
Vivimos días con la respiración al ras del suelo: —¿alguna vez
soñamos con el alfabeto de las mañanas, con el agua destilada
de los invernaderos, y la intimidad del aire en los surcos del mar?
Nos desconoce el ala con si destino clarividente,
los goznes de la herrumbre agotan el horizonte, el filo nos sobra
como un delantal desolado;
las palabras cerradas coinciden con la noche, —con ese doble
juego de las mesas sin manteles, con el dibujo del pájaro húmedo
de tinta: las sombras nos acompañan con su mortal tobogán;
es así de simple. Morimos en la forma muda del poema.
Debajo del hierro, plenarias de grasa como leche negra en la cabeza
del futuro: —formas, duelos sin cabeza, vocales de dudoso
papaturro, raíces de duras ciudades,
densas vaginas de la noche con su sesgo de humedad y cárcel.
(Nos parece incierta la madera y la solidez de las cucharas;
Ahora tranzamos con los alfileres y los sótanos, con el subsuelo
De las adivinaciones, con el catálogo de los sótanos,
Con la lengua degastada de los epitafios y sus eufemismos.
En la lección de la herrumbre no hay seguros de vida, ni otro
Tipo de pólizas para extender el aire.)
Barataria, 15.I.2011
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