viernes, 14 de enero de 2011

ANTESALA DE LA NOCHE


La bóveda de la oscuridad muerde la antesala de la noche:
es fiero este universo con su luz intangible, con sus calcetines
ingrávidos, con los éteres del ocaso y cierta pesadumbre;
bajan a menudo, de los sueños, bultos de ceniza,
senos raídos por la tristeza de Dios,
anteojos al borde de un galope seco y abismal.
Fotografía: Jon Sullivan



ANTESALA DE LA NOCHE




La bóveda de la oscuridad muerde la antesala de la noche:
es fiero este universo con su luz intangible, con sus calcetines
ingrávidos, con los éteres del ocaso y cierta pesadumbre;
bajan a menudo, de los sueños, bultos de ceniza,
senos raídos por la tristeza de Dios,
anteojos al borde de un galope seco y abismal.
Me doy cuenta que la piedra horada el labio de los pétalos,
—la hojarasca muerde mis sentidos, la pulsera del aliento,
El árbol del pecho con sus días grises.
Nunca supe de otro río que no fuere el desdén por la vida,
los paraguas sordos, creciendo en la intemperie del calendario
con sólidos adobes de salmuera: hay en cada boca, pájaros
de letal herrumbre, cascos hundidos en la oscuridad de los poros,
mortajas de tensadas llaves, alacenas de porfiado hollín,
latidos punzantes deshaciéndose en el pulso de la muerte.
Cuando el eco de la noche se vuelve caricia,
el espíritu deja en barbecho los sentidos: busco los brazos
y a cambio tengo, alacenas por donde caminó el grito,
y donde el delirio me bebe con su falta de transparencia.
Cuando busqué las ramas del árbol, sólo encontré soledades,
enredaderas de alevosos mecates,
voces de nublada oscuridad, imágenes donde se concentran
alevosas ventanas, cirios de insomne lejía,
cielos donde se fugan las alas y se saluda al agua de rodillas;
cuando busqué los espejos, cada vidrio era una galería
de agujas, pechos invisibles, afeites de arena,
vértigos de sangre y lienzos de angustia: —nunca ha sido fácil
dejar los calcetines de tanto pie cansado,
de cada presente en fuga con piedras y candados en la entraña.
Estoy, por cierto, en medio del pisapapeles de la espuma,
la colmena desvaída de la mesa mordiendo los costados
de la otra costilla rota del horizonte.
Sobre la emoción de esta sombra final, tanto golpe se remoza
y aunque se vuelva angosto el latido, el labio casi duerme en su propia
antesala, en el supremo mar de los fantasmas.
Nunca fue casual tanto trino endurecido: ahora lo entiendo
en la concavidad y braceo de las palabras, los caminos violentos
de agujas, el Sistema que acaricia con sus huesos, la esterilidad
de los absurdos en medio de la tirantez de las escaleras.
El ansia se mueve como un péndulo de ceniza. Todo ha sido
cáustico y de doble anclas; todo ha sido huraño, hasta el cascajo
solemne en los pañuelos, hasta la hipnosis de los arcanos.
Sé que estoy en esa gran antesala de la noche: dejaré el rocío,
y acaso el agua o el cielo, me sirvan de alfombra
para mis pies sin zapatos, para mi sed llagada. Atardece en la mirada,
como atardece el aire en los sueños,
como el ventanal roído por el azogue de los cuchillos.
Como el litoral que espera que el agua se desnude…

Barataria, 11.I.2011

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