Muerdo el hambre en la celosía de los minutos, en el reloj revuelto
de las aguas, en la otra oscuridad que ciñe el silencio.
Entre los dedos los murciélagos desnudos del polvo, los colmillos
de los segadores, la túnica crispada de los párpados.
En la guillotina del reloj, cuelgan su bastón los paraguas.
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EL RELOJ ALREDEDOR DEL HAMBRE DE LOS MINUTOS
Muerdo el hambre en la celosía de los minutos, en el reloj revuelto
de las aguas, en la otra oscuridad que ciñe el silencio.
Entre los dedos los murciélagos desnudos del polvo, los colmillos
de los segadores, la túnica crispada de los párpados.
En la guillotina del reloj, cuelgan su bastón los paraguas.
El regocijo, antes tuvo pañuelos ahorcados: —igual que las monedas,
las manos se vuelven sombrías,
en la colmena de los poros, en esos sudarios alrededor de ciertas
cicatrices, en las postales del ciempiés de las sombras.
Vivimos en medio de una ciénaga de cuervos: recogemos, apenas,
las migajas de las segunderas, la cosecha de los establos,
la rama dulzona de las diademas del agua en el guacal de la sed;
al pie de la noche desnudamos nuestras soledades: nos apresa
el pánico, la puerta tirada, los reptiles curvados de los zapatos,
los deseos hasta el cuello, hundidos en el tributo del sollozo.
Una cama de espinas golpea nuestra espalda, —no duerme el sueño
arraigado a la ceniza,
ni con fortísimas cerraduras, ni con promesas de enhiestas rocas;
nos come la hoguera del escombro,
el afilado telar de los minutos, las sombrillas irrestañables
de las sombrillas, la mesa sofocada del hambre.
—Somos, después de todo, el ojo medroso frente a los demonios;
el estrecho dominio de los dedos, la rala presencia de los cabellos
en la sombra del mundo.
Hay días que nos llueve la playa del asco en las pupilas, —nos llueve
lanza y espuma; extrañas escaleras, sumas de sorda contabilidad,
insomnes caricaturas de los labios.
Hoy por hoy, sólo nos queda arrimarnos al cuaderno de las luciérnagas,
aprender la lección de los gargajos, golpear los féretros,
quitar las escamas oscuras del terror.
No es fácil encontrar la salida compasiva a los sueños, en medio
de la truculencia, turbias aguas en el río de la sangre.
—Vivimos transcurridos en la ráfaga: nos desdibuja el estallido
del reloj, nos entumece cada bulto de aire aspirado, nos recorre
la ternura colgada de alambradas, —el calcetín recurrente de la noche.
Ya no puedo caminar con las pupilas gastadas:
los párpados cuelgan de los zapatos cansados de la almohada;
amanece el muerto frente a la ventana,
asoma su nariz la calle incierta, (contigo la redondez de los huesos
se hace evidente; las uñas, de prolongado granito;
los brazos, una cubeta de hielo. Contigo, tampoco me salgo de este
mundo de espuma: llueve el reloj todas las ramas del miedo;
vos, agolpada en el cabeceo del reloj; yo, abajo, sonriéndole al insomnio,
mordiendo la desazón del patetismo,
aullando sobre el muro de las enredaderas…)
Barataria, 19.I.2011
2 comentarios:
Estimado André: Definitivamente es un poema tachonado de oscuridad y sufrimiento, tortura y desesperación, aún así hermoso y conmovedor.
Un abrazo fraterno
Querido poeta, Gracias por tu visita y comentario. Siempre es un agrado tu visita a este cielo de oscuridades.
André Cruchaga
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