Los fragores del aliento en la tormenta. Cada tiempo nos da su respiro;
Luego nos toca aventurarnos en los arcanos.
La sombra que llevamos es la propia herida, ausculta en el deseo.
No es el tiempo, pues, una pizarra diáfana,
Sino un grano de agua oscura, abeja intermitente en el calendario.
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SOMBRA DEL TIEMPO
Tan sólo sombra del tiempo que pasa,
ilusión de lo cerca y de lo lejos,
cuenta del mucho, el poco, el demasiado,
JOAN MARAGALL
Tan sólo la sombra queda, pero no el olvido. Aquélla nos revela
Los fragores del aliento en la tormenta. Cada tiempo nos da su respiro;
Luego nos toca aventurarnos en los arcanos.
La sombra que llevamos es la propia herida, ausculta en el deseo.
No es el tiempo, pues, una pizarra diáfana,
Sino un grano de agua oscura, abeja intermitente en el calendario.
Nos beben las osamentas de las guitarras. Las calles pedregosas
De amarillas ingles. (De pronto ya no sé ni qué decir sobre la tumba
De los filósofos, ni sobre los que murieron sangrando sorprendidos
Por las moscas, —por este cielofalso que acumula inseguridades.)
Cuando miramos tantos días en la semana, los meses, los años,
Nos da esa sensación de vértigo: salta la respiración con sus recuerdos
Malogrados, el libro degustado de los poros,
Toda la juventud o el envejecimiento del pan, las cartas de las nubes,
El follaje de la piel inaugurado por la boca,
Las mañanas de lluvia que cayeron y cambiaron el curso de la sal,
Las raíces de las miradas,
La piel del susurro oscurecido, el frasco de sombras, el viento del delirio
Con sombreros de empedernido cansancio.
—Siempre hay señales que no disipan los ojos, ni la lengua de la niebla
Entibia los ojos, ni todas las sombras son fronteras.
Uno va atacando los derroteros con las uñas, de las manos y los pies,
Aunque cansen los zapatos y la memoria necesite de muletas.
Nunca resultan pocas las sombras en el cielo donde la espuma se regocija,
En el plato donde converge el reloj,
En la ventana que baila con el traje del viento,
En la acera donde uno de pronto acuesta el propio retrato.
Hay sombras en cada gota de sudor de la tristeza: hay campanas
Enlutadas con su rictus en los aleros del tejado: las recuerdo a diario
En la línea líquida de los durmientes, en los vagones hostiles
De la hojarasca. Todas estas sombras, son sombras en las palabras,
Sombras en la cuna de la infancia, trenzas de un tren infinito,
Grises viajes de las aceras, ceniza como un poyetón de tristeza.
Vamos y venimos así. Recorremos el polvo. El harapo del escalofrío.
—Andamos flotando en la tristeza negra del paraguas. En las calles
Se propagan las sombras junto al desvarío de los buhoneros.
Luego nos llenamos de eternidad. Hay moscas y silencio.
Hay conversaciones clandestinas en la profundidad de los tejados.
Barataria, 06.XI.2010
2 comentarios:
Sé que vengo a ti como a la arroyo -André-, para saciar la sed de mis sequías. Sé que es el desierto el que aglomera el polvo entre los ojos y justifica el desliz de una lágrima. Pero estoy. Trazando con el dedo una línea directa, una nota que se vierte al viento y no precisa el sonido, ni la plenitud del espacio en donde hacerse eco. Porque es grande la habitación del olvido -tu olvido-, a las faldas del cerro, cuando cae la lava no hay poder en la tierra que resguarde del lodo ni del fuego... Así vengo hasta ti -Poeta- arremetida, atrincherada, a saborear los racimos de versos...
Te abrazo, Poeta.
Saludos.
Vengo, vienes, vas, vamos, venimos
picoteando el ámbito de las gaviotas, la carta de los poros,
el aire numérico de las frutas,
el cántico del regocijo, sombra del pan en el ápice de la lengua,
página justa
donde la tinta marca
las señales del tiempo.
ellas cobijan el alma
y trasiegan los poros a vasijas
de inefable cristalería.
Un abrazo,
André Cruchaga
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