lunes, 15 de noviembre de 2010

RESPIRACIÓN INAUGURADA

Sabe el mar las historias que guarda en la espuma; los pétalos que mueve
Cada ola, las gargantas vividas abajo del agua.
Sabe el sol que amanece diluido en los baldíos del horizonte, en cada
Gajo de sol que sangra en la sed como una ventana de cierzo instaurada
En las paredes del alma.
Fotografía André Cruchaga





RESPIRACIÓN INAUGURADA




Por ahora, susurra el viento oscuro,
graznan letreros viejos y el grillo mete lima.
WASHINGTON BENAVIDES




Sabe el mar las historias que guarda en la espuma; los pétalos que mueve
Cada ola, las gargantas vividas abajo del agua.
Sabe el sol que amanece diluido en los baldíos del horizonte, en cada
Gajo de sol que sangra en la sed como una ventana de cierzo instaurada
En las paredes del alma.
Cada vez aparece la respiración de la memoria inaugurada en el amanecer
Restañable de las campanas. El paraguas desoye las sombras
De los lavatorios, el ojo de miel colgando de las cortinas, las hormigas
Como esquirlas trepando en las mochetas, ciudadanas imperturbables
De las alacenas, diestras en los laberintos.
La respiración me viene del mar, de las puertas limpias de la semana,
De los caballos azucarados del cierzo, de las utopías de las escamas.
Invento almohadas alrededor de mi propia sombra: la tinta esencial
En el cuaderno, las manos sin usarse del viento matutino. Todos los días
Nace el sabor a los árboles;
Jadea el pan en la luz de la hamaca, el juego de cojines de las hojas,
La limpieza inaugurada de la fantasía. La gota de palabras de la sabiduría,
En el guacal donde las luciérnagas lavan los pañuelos del calendario.
Las noches después de ascender quedan en el olvido.
Me interesa el destello de las verjas diurnas. El candil sin herrumbre,
Ni hollín, (vos que te volvés insustituible en los fuegos misteriosos
De la fragua, en el tambor del musgo, en los malabarismos inefables
Del subconsciente. En la gota desnuda de las pupilas, vasto tejado
De mis palabras. Historia clandestina del yo colectivo.)
Como el perro, sesteo en el brebaje de la higuera: —no hay respiración
Tan fiable como el tamaño de la Esperanza,
Ni tan diáfana como el cuaderno desvestido de los girasoles.
Uno aprende a vivir sin desangrar en medio de las colillas, aun con los ojos
Cerrados del monólogo.
Uno aprende a respirar entre relojes enmohecidos y las manos limpias,
A arder sobre una silla desvencijada, pese al sudor desértico
De la madera: sólo es cuestión de adivinar las paradojas de los balcones,
—el pesimismo de las miradas que pobremente buscan una diáspora.
Tal es este ir invadiéndose de afluentes y remedios caseros:
Los espejismos siempre corroen con animosidad severa. Siempre es así
Pese a usar insecticidas y morder bicicletas en abstracto.
La oscuridad nunca ha sido buena consejera para descifrar los códigos
Del azúcar, ni un imaginario de claveles.
Tampoco el desvelo sirve para enhebrar relámpagos. Por eso me quedo
A declarar mis desatinos a las sencillas cosas de la vida:
La respiración inédita que me da cada ala de cierzo en las pupilas.

Barataria, 14.XI.2010

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